sábado, 1 de diciembre de 2012

RENE MENARD



REFLEXIONES SOBRE LA VOCACIÓN POÉTICA (Fragmento)

Para el Poeta, la Poesía es a la vez una soledad y un intercambio.
Tanto, que habla de ella en términos de revelación, pero también en el tono familiar de la experiencia. Permanecer sincero lo obliga no obstante a subordinar ésta a la iluminación fortuita. No hay jamás nada adquirido en Poesía, ni previsible. Cada poema es a la vez el primero y el último. Esta inseguridad permanente, este riesgo siempre asumido, inclinan a la vez a esa espera sagrada y a esa instintiva prudencia, particulares en los hombres cuya vocación es la de atravesar constantemente la Naturaleza. Porque la Naturaleza –la que está en nosotros, la que está fuera de nosotros- es la materia inicial de la Poesía. Ella suministra los términos iniciales de sus relaciones específicas con el espíritu humano, que a la Poesía corresponde mantener justos. Pero la Naturaleza está presente desde las piedras con las que el pie tropieza y busca su camino hasta la fascinación de los astros que brillan para todos por encima de todos. La aproximación a la Poesía no puede ser tentada sino a través de esta diversidad.

Nada de lo que surge de la Naturaleza da lugar verdaderamente al sentimiento de la fealdad. Por el contrario, la Naturaleza es casi siempre conmovedora. Por lo menos: indiscutible. Una brizna de hierba, un guijarro, serenan el espíritu tanto como el bosque o el mar. La alegría elemental es reconocer nuestro parentesco con ellos. Contemplar la Naturaleza responde a la casi totalidad de nuestro ser.

Pero la menor inquietud, el menor movimiento del espíritu demuestra nuestra singularidad, nos califica. Y experimentamos la necesidad de la obra de arte. El Arte es aquello que nos es preciso incluir en la Naturaleza para conocer completamente nuestra naturaleza. Toda obra que no se incluya en nosotros mismos no es bella para nosotros. De allí nuestro sentido invariable, pero siempre inmediato, de la belleza. Somos la medida de su valor.

Igualmente, la expresión natural de los sentimientos es casi siempre justa. El amor o la disputa de los hombres usan muy a menudo un lenguaje fuerte y convincente. No es de ningún modo que en la proximidad de los utensilios de la humanidad se degrade el lenguaje. Pero el lenguaje natural no responde tampoco por todo nuestro ser.

Entonces interviene la Poesía, que no es jamás gratuita, sino siempre creada e incluida en el lenguaje natural. El lenguaje poético supone la existencia previa de una franquicia, lenguaje bruscamente calificado en la belleza por un aumento de existencia que nos da la fuerza de ser fugazmente el instrumento de la evolución mental de la especie.

Se trata de tornar explícito un cierto movimiento del alma y de darle la expresión transmisible más justa por el sólo empleo de las palabras.

Una búsqueda tal requiere el alerta de todos los poderes del espíritu. Intervienen entonces medios que son quizá propios de cada poeta. Los más generales son: el silencio, la benevolencia del cuerpo, una extrema atención a dejar renacer la atmósfera material y las disposiciones interiores que han estado en el origen de la emoción generatriz del poema.

Si esta resurrección es permitida, la transposición verbal de estas circunstancias se cumple naturalmente. La realidad recobrada se expresa a sí misma y se verifica inmediatamente la colusión esencial de las palabras (tanto por su sentido usual como por su sonoridad) con las representaciones a las cuales se relacionan. El vigor del curso mental y la exactitud del tono dan entonces cuenta de la autenticidad del poema y de su valor estético. Toda Arte poética es personal, e intrínseca a la elaboración del poema. Una regla formal exteriormente planteada no parece tener sentido sino cuando ella es considerada como una necesidad previa al funcionamiento mismo del espíritu. Y no hay razón válida para dificultar la libertad del poeta con otras imposiciones que la de respetar el genio de la lengua que emplea.

El lenguaje natural es simple y conciso. El lenguaje poético debe participar de estas cualidades, so pena de alejarse de nuestro entendimiento inmediato. Hay bellos versos que no tienen que ser comprendidos. Tienen que tener lugar en nosotros mismos. Esta incorporación puede obligar a nuestro ser a una cierta gimnasia. El reproche por nuestros desfallecimientos y nuestra lasitud no puede hacerse jamás a la Poesía. Es ella, justamente, la que los disipa. No somos nosotros quienes conquistamos la Poesía sino la Poesía la que nos conquista.

Esa sobriedad necesaria al lenguaje poético responde por otra parte a las necesidades mentales de los hombres de este tiempo. El gobierno de la Tierra y de nuestra presencia en la vida se torna tan complejo y tan matizado, que nos vemos obligados a la economía de los signos de expresión, sometidos como estamos a la necesidad del reposo y a la brevedad de la vida. El tiempo aparece cada vez más como la única dimensión que representara un obstáculo. Es preciso vivirlo, lo más posible, en su hondura. El verbo poético es justamente el tiempo mental vivido en su más grande intensidad.

La economía y la perfecta propiedad de los vocablos conferirán a la poesía moderna el poder ser retenida por la memoria sin el concurso de una prosodia. La fuerza y la exactitud de la expresión poética, generadoras de una emoción verdadera, deben bastar a esta inscripción. La intensidad de nuestra civilización afina y hace más sensibles los espíritus.

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