sábado, 1 de diciembre de 2012

CARLOS LATORRE



POESÍA O NO (“Letra y línea” 1953)

El tiempo que termina siempre por romper el espejo de la falsa gloria, tan tentadora aún para aquellos que dicen rechazar su engañoso canto de sirena, sirve a veces para crear el equívoco de ciertos prestigios fatalmente efímeros, pero no obstante concretos en el espacio que abarca su presunta consagración. Estos prestigios no resultan peligrosos siempre que su influencia no exceda los límites de la generación a la cual pertenecen. Y digo que no son peligrosos por cuanto sus contemporáneos, al permitirles alcanzar notoriedad con su adhesión, hallan el castigo de su idolatría poniendo así en evidencia sus propias limitaciones. Algo así como el "tal para cual" que en este caso permite apreciar la miopía colectiva cuya mirada no va más allá de las narices. Pero cuando esos nombres amenazan con rebasar sus límites aumentando la confusión reinante ya sea por su habilidad para perdurar mediante un eficaz despliegue sofístico de aptitudes político-literarias, o mediante un sabio sabotaje de los auténticos valores llamados a reemplazarlos, o aún cuando persisten sostenidos por un fenómeno de inopia casi general, el hecho adquiere entonces gravedad. Y la adquiere porque puede empañar o deformar la visión de muchos jóvenes que estando bien dotados para dar el gran salto sobre el vacío, son susceptibles, por lo menos en el delicado lapso de su formación, de dejarse embaucar ingenuamente perdiendo así la lucidez imprescindible para asumir la obligación, sino ya de profetizar -destino de unos pocos poetas y de toda gran poesía-, por lo menos de convertirse en cronistas agudos e implacables del período histórico que les toca en suerte vivir.

Esa misma circunstancia puede también enervar las energías y la sinceridad de los jóvenes con el alcaloide de un seductor esteticismo vacío de significación vital, o con su antípoda, la embriaguez de cierto tipo de compromiso pretendidamente místico o heroico militante cuya finalidad sería la salvación del hombre religioso por un lado, o la del hombre político y social por el otro, no siendo en realidad ambas cosas más que la afirmación fanática y brutal de la más baja necesidad mediante la que se excluye toda honda y verdadera actividad del espíritu creador.

Resulta obvio declarar que nada de lo expuesto hasta aquí implica negar la continuidad del pensamiento ni de la cultura en su significación más profunda. Se trata simplemente de sanear de residuos regresivos una herencia viciada de anacronismo, ajeno ya en el tiempo de su nacimiento, cuanto más en la etapa de su liquidación, a los electrizantes conflictos del espíritu y la inteligencia que testimonian toda legítima contemporaneidad.

Buscando entre esos nombres que tratan de permanecer, o que aún permanecen por las razones expuestas, preparando a un numeroso grupo de representantes menores de la actual generación para la admiración servil capaz de garantizar la propia continuidad, y no precisamente por esa ansiedad metafísica muy respetable que trasciende por su esencia los extremos de la grosera vanidad, se me ocurren por ahora, y entre otros, algunos nombres. Quizás resulten tan responsables como ellos mismos de la confusión, o más aún, los "jóvenes poetas" ansiosos de competir en esa vergonzosa carrera de obsecuencia, ceguera y estupidez en la que parecen más dispuestos a adular que a trabajar, más inclinados a imitar que a crear, a consagrar que a reclamar su propio lugar en el espacio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario