martes, 29 de enero de 2013

VICENTE HUIDOBRO



MANIFIESTO CREACIONISTA
 
Nada de caminos verdaderos y una poesía escéptica de sí misma.
    ¿Entonces? Hay que buscar siempre.
    Mis nervios, dispersos en estremecimientos, sin guitarra y sin inquietud, la cosa concebida así lejos del poema, robar la nieve al polo y la pipa al marino.
    Algunos días después me di cuenta: el polo era una perla para mi corbata.
    ¿Y los Exploradores?
    Se habían transformado en poetas y cantaban de pie sobre las olas derramadas.
        ¿Y los Poetas?
    Se habían transformado en exploradores y buscaban cristales en las gargantas de los ruiseñores.
    He aquí por qué Poeta equivale a Vagabundo sin oficio activo, y Vagabundo equivale a Poeta sin oficio pasivo.
    Sobre todo, es preciso cantar o simplemente hablar sin equívoco obligatorio, sino con algunas olas disciplinadas.
    Ninguna elevación falsa: sólo la verdad, que es orgánica. Dejemos el cielo a los astrónomos, las células a los químicos. El poeta no es siempre un telescopio que se puede cambiar en su contrario, y si la estrella se desliza hasta el ojo por el interior del tubo, ello no se debe a un ascensor sino más bien a una lente imaginativa.
    Nada de máquinas ni de moderno en sí. Nada de gulf-stream ni de cocktail, pues el gulf-stream y el cocktail ya son más máquinas que una locomotora o una escafandra, y más modernos que Nueva York y los catálogos.
    Milán... Ciudad ingenua, fatigada virgen de los Alpes, pero virgen no obstante.
    
Y El Gran Peligro Del Poema Es Lo Poético

    Yo os digo, entonces: busquemos en otros sitios, lejos de la máquina y de la aurora, y tan lejos de Nueva York como de Bizancio.
    No agreguéis poesía a lo que ya la tiene sin necesidad de vosotros. La miel sobre la miel da asco.
    Dejar secarse al sol el humo de las fábricas y los pañuelos de los adioses.
    Poned los zapatos al claro de luna y después hablaremos de ello, y, sobre todo, no olvidéis que el Vesubio, a pesar del futurismo, está lleno de Gounod.
    ¿Y el imprevisto?
    Sin duda, podría ser algo que se presentara con la imparcialidad de un gesto nacido al azar y no deseado, pero está demasiado cerca del instinto y es, por tanto, más animal que humano.
    El azar conviene cuando los dados dan cinco ases o al menos cuatro reinas, Pero salvo estos casos debemos excluirlo.
    Nada de poemas tirados a la suerte; sobre la mesa del poeta no hay un tapete verde.
    Y si el mejor poema puede hacerse en la garganta, es porque la garganta es el justo medio entre el corazón y el cerebro.
    Haced poesía, pero no alrededor de las cosas. Inventadla.
    El poeta no debe ser más instrumento de la naturaleza, sino que ha de hacer de la naturaleza su instrumento. Es toda la diferencia que hay con las viejas escuelas.
    Y he aquí, ahora, que el poeta os aporta un hecho nuevo, muy simple en su esencia, independiente de cualquier otro fenómeno externo, una creación humana, muy pura y trabajada por el cerebro con paciencia de ostra.
    ¿Es un poema, o tal vez otra cosa?
        Poco importa.
    Poco importa que la criatura sea niña o niño, abogado, ingeniero o biólogo, con tal que sea.
    Es algo que vive y perturba, aunque en el fondo permanezca muy calmo.
    Tal vez no es el poema habitual; pero es, al menos.
    Así, primer efecto del poema, transfiguración de nuestro Cristo cotidiano, trastorno ingenuo, los ojos se agrandan al borde de las palabras que se deslizan, el cerebro desciende al pecho y el corazón sube a la cabeza, sin dejar de ser corazón y cerebro con sus facultades esenciales; en fin: revolución total. La tierra gira al revés, el sol sale por occidente.
        ¿Dónde estáis?
        ¿Dónde estoy?
    Los puntos cardinales se han perdido en el tumulto, como los cuatro ases de un naipe.
    Luego amamos o repudiamos, pero la ilusión ha tenido sillas cómodas, el hastío ha encontrado un buen tren y el corazón ha vertido su frasco de olores inconscientes.
      Después, es mi mano la que os ha guiado, la que os ha mostrado los paisajes queridos y hecho nacer un arroyo de un almendro sin necesidad de darle un lanzazo en el costado.
    Y cuando los dromedarios de vuestra imaginación quisieron dispersarse, yo los detuve en seco, mejor que un ladrón en el desierto.
    ¡Nada de paseos indecisos!
    La bolsa o la vida.
    Esto es neto, claro. Nada de interpretaciones personales.
    La bolsa no quiere decir el corazón, ni la vida los ojos.
    La bolsa es la bolsa y la vida es la vida.
    Cada verso es el vértice de un ángulo que se cierra, no la punta de un ángulo que se abre a todos los vientos.
    El poema, tal como aquí se muestra, no es realista sino humano.
    No es realista, pero se hace realidad.
    Realidad cósmica con atmósfera propia y, seguramente, con tierra y agua, como agua y tierra tienen todos los mundos que se respetan.
    No hay que buscar en esos poemas el recuerdo de cosas vistas, ni la posibilidad de ver otras parecidas.
    Un poema es un poema, tal como una naranja es una naranja y no una manzana.
    En él no hallaréis cosas que existen de antemano ni contacto directo con los objetos del mundo externo.
    El poeta no imitará más a la naturaleza, pues no se da el derecho de plagiar a Dios.
    Allí encontraréis lo que nunca habéis visto en otra parte: el poema. Una creación del hombre.
    Y de todas las potencias humanas, la que más nos interesa es la potencia creadora.



TRISTÁN TZARA



MANIFIESTO DADÁ (fragmentos)

Para lanzar un manifiesto es necesario:
A, B,C.
irritarse y aguzar las alas para conquistar y propagar muchos pequeños y grandes a, b, c, y afirmar, gritar, blasfemar, acomodar la prosa en forma de obviedad absoluta, irrefutable, probar el propio non plus ultra y sostener que la novedad se asemeja a la vida como la última aparición de una cocotte prueba la esencia de Dios

Dada no significa nada
Si alguien lo considera inútil, si alguien no quiere perder tiempo por una palabra que no significa nada….El primer pensamiento que se agita en estas cabezas es de orden bacteriológico…, hallar su origen etimológico, histórico o psicológico por lo menos. Por los periódicos sabemos que los negros Kru llaman al rabo de la vaca sagrada: DADA.

Yo destruyo los cajones del cerebro y los de la organización social: desmoralizar por doquier y arrojar la mano del cielo al infierno, los ojos del infierno al cielo, restablecer la rueda fecunda de un circo universal en las potencias reales y en la fantasía individual.

Si yo grito:
IDEAL, IDEAL, IDEAL,
conocimiento, conocimiento, conocimiento
bumbúm, bumbúm, bumbúm,

registro con suficiente exactitud el progreso, la ley, la moral y todas las demás bellas cualidades de que tantas personas inteligentes han discutido en tantos libros para llegar, al fin, a confesar que cada uno, del mismo modo, no ha hecho más que bailar al compás de su propio y personal bumbúm y que, desde el punto de vista de tal bumbúm, tiene toda la razón: satisfacción de una curiosidad morbosa, timbre privado para necesidades inexplicables; baño; dificultades pecuniarias; estómago con repercusiones en la ‘ida; autoridad de la varita mística formulada en el grupo de una orquesta fantasma de arcos mudos engrasados con filtros a base de amoniaco animal. Con los impertinentes azules de un ángel han enterrado la interioridad por cuatro perras de unánime reconocimiento.

La espontaneidad dadaísta

Yo llamo "amíquémeimportismo" a una manera de vivir en la que cada cual conserva sus propias condiciones respetando, no obstante, salvo en caso de defensa, las otras individualidades, el twostep que se convierte en himno nacional, las tiendas de antiguallas, el T.S.H., el teléfono sin hilos, que transmite las fugas de Bach, los anuncios luminosos, los carteles de prostíbulos, el órgano que difunde claveles para el buen Dios y todo esto, todo junto, y realmente sustituyendo a la fotografía y al catecismo unilateral.

Y me gusta mezclar en este momento con tal monstruosidad los colores al óleo: un tubo de papel de plata, que, si se aprieta, vierte automáticamente odio, cobardía, y villanía. El artista, el poeta aprecia el veneno de la masa condensada en un jefe de sección de esta industria. Es feliz si se le insulta: eso es como una prueba de su coherencia. El autor, el artista elogiado por los periódicos, comprueba la comprensibilidad de su obra: miserable forro de un abrigo destinado a la utilidad pública: andrajos que cubren la brutalidad, meadas que colaboran al calor de un animal que incuba sus bajos instintos, fofa a insípida carne que se multiplica con la ayuda de los microbios tipográficos. Hemos tratado con dureza nuestra inclinación a las lágrimas. Toda filtración de esa naturaleza no es más que diarrea almibarada. Alentar un arte semejante significa diferirlo. Nos hacen falta obras fuertes, rectas, precisas y, más que nunca, incomprensibles. La lógica es una complicación. La lógica siempre es falsa. Ella guía los hilos de las nociones, las palabras en su forma exterior hacia las conclusiones de los centros ilusorios. Sus cadenas matan, minirapodo gigante que asfixia a la independencia. Ligado a la lógica, el arte viviría en el incesto, tragándose su propia cola, su cuerpo, fornicando consigo mismo, y el genio se volvería una pesadilla alquitranada de protestantismo, un monumento, una marcha de intestinos grisáceos y pesados.

DADA es un microbio virgen
Dadá está contra la carestía de la vida
Dadá
sociedad anónima para la explotación de las ideas
Dadá tiene 391 actitudes y colores diferentes según el sexo del presidente
Se transforma -afirma- dice al mismo tiempo lo contrario -sin importancia- grita -pesca con caña.
dadá es el camaleón del cambio rápido e interesado.
dadá está en contra del futuro. dadá está muerto. dadá es idiota. Viva dadá. dadá no es una escuela literaria, aúlla.

Maquillar la vida en el binóculo -frazada de caricias- panoplia para mariposas,  
he ahí la vida de las camareras de la vida.
Acostarse en una navaja de afeitar y sobre pulgas en celo - viajar en barómetro - mear como un cartucho - cometer errores, ser idiotas, ducharse con minutos santos - ser golpeados, ser siempre el último - gritar lo contrario de lo que dice el otro - ser la sala de redacción y de baños de dios que cada día se da un baño en nosotros en compañía del pocero,  
he ahí la vida de las camareras de los dadaístas.
Ser inteligente - respetar a todo el mundo - morir en el campo de honor- suscribirse a la Deidad Exterior -  votar por Fulano - el respeto por la naturaleza y la pintura - aullar en las manifestaciones dadá,  
he ahí la vida de las camareras de los hombres.


lunes, 28 de enero de 2013

RENE CHAR



ENTREVISTA DE PIERRE BERGIER A RENÉ CHAR

Pierre Berger.- Antes de pedirle que participe en una conversación en la que la que la honestidad intelectual sea una de las bases, me he detenido a releer el breve prólogo que escribió usted en marzo de 1948 para la traducción de “Heráclito de Efeso”, de Iván Battistini. Una frase, entre otras, me ha demostrado hasta qué punto está usted comprometido en el camino de la esperanza: “El devenir progresa conjuntamente en el interior y alrededor de nosotros. No está subordinado a las pruebas de la naturaleza, se agrega a ellas y actúa sobre ellas”. En el instante en que una especie de sueño letárgico pesa sobre nuestro mundo, una afirmación semejante es, sin duda, una ventana abierta. De todas maneras, hay mucho que hacer aún para que esta ventana no se vuelva a cerrar. Sabe usted cuán peligrosa es una toma de conciencia, para no decir una toma de posición. Asistimos a conflictos sorprendentes, y aun escandalosos, cuya resultante fatal es la duda. Su prólogo al Heráclito es una auténtica toma de conciencia. Escrito en 1948, ¿qué ve usted que pueda corregirse hoy?

René Char.- ¿Se preocupa usted acerca de la honestidad intelectual? Discúlpeme, querido amigo, pero hay una cosa que mis orejas no pueden oír sin embarazo: es precisamente la palabra “dignidad”, que se me hace el honor de aplicarme demasiado a menudo... Protesto: soy un hombre como todos, a veces tan parcial y utopista como los demás, se lo aseguro, de ninguna manera mejor... ¡Ah, no!

P.B.- Pero, su actitud...

R.C.- No hablemos de actitud. Yo me esfuerzo, me descascaro. ¡Eso es todo! En cuanto al prefacio del Heráclito... Me ha ocurrido hacer escritos de circunstancia, aunque raramente; de todas maneras, este prefacio podría estar bien escrito incluso hoy. No tengo nada que suprimirle, nada que agregarle. En el momento en que vivimos –y pienso sobre todo en aquellos que viven en esta hipnosis tan particular que difunde el clima de nuestra época- la Esperanza es verdaderamente el único lenguaje activo y la única ilusión susceptible de ser transformada en buen movimiento. Nosotros, hombres, poetas, tenemos que contentarnos con asegurar que esta esperanza no es candor. No podría haber poesía o vida sin esperanza -poesía: esperanza extrema; existencia: esperanza relativa-. La poesía es la soledad noble por excelencia, una soledad, en fin, que tiene derecho a confiarse. Hegel dice que, desde el punto de vista del sentido común, la filosofía es el mundo al revés. Parafraseándolo, se podría decir que, desde el punto de vista de la equidad, la poesía es el mundo en su mejor lugar. Aun si se halla enfrentado a una naturaleza pesimista, aquel que acepte las perspectivas del Devenir debe darse perfecta cuenta de que, en este caso, el móvil de ese pesimismo es ambiguamente la esperanza; esperanza de que algo inesperado surgirá, de que la opresión será derribada. Parece que la poesía, por los caminos que ella ha seguido, por las pruebas que ha resistido para merecer su nombre de poesía, constituye la posta que permite al ser exhausto y desmoralizado volver a encontrar fuerzas nuevas y razones frescas para perseguir la presa o la sombra una vez más.

P.B.- Cada día comprobamos cómo es de grande la confusión intelectual. Los valores más opuestos se unen de manera inesperada, lo más a menudo por medio de intérpretes impuros y deshumanizados, lo que se podría llamar alianzas peligrosas. Los mismos maestros del pensamiento son reivindicados por los hombres más diversos. Así se verifica una vez más uno de los problemas sobre los cuales usted se ha detenido recientemente: el de las incompatibilidades.

R.C.- Estamos rodeados, en los hombres más comunes, por jueces con fauces de verdugos, ¡por perros de policía! Pero ¿cómo es eso? Uno no tiene jamás por qué examinar ni condenar a alguien que se contenta con sufrir la realidad cotidiana con todas sus imperfecciones y todas sus debilidades y que no erige su propia vulnerabilidad en tablado, desde donde denunciar al prójimo a la vindicta pública... Sin embargo, eso no es ya tan cierto, tanto va el mal de prisa... Pienso, a este respecto, muy especialmente en Villon, quien es, sin duda, el más grande poeta francés. Pero justamente cuando ciertos escritores, que no son –lo ignoren o no- sino actores de la literatura (olímpicos o frenéticos), entienden intervenir y regentear, entonces creo que hay una impostura manifiesta que es preciso reducir. Vea usted, Berger, todo hombre es, por lo general, distinto de lo que cree ser en el bien como en el mal, en el error como en la verdad. Ninguno de nosotros escapa a esta fatalidad. Las estratagemas no arreglan nada.

P.B.- La imperfecta conciencia de los escritores y artistas forma parte también –Camus lo afirmaba en un discurso pronunciado en Pleyel en 1948- de nuestra constante angustia. Parece cada día más necesario que un poeta defina a su vez este mal.

R.C.- Yo no quisiera pronunciar la palabra maldición... Es una palabra demasiado cómoda y que autoriza todas las dimisiones. Creo que hay, de todas maneras, una parte de responsabilidad individual (y, por extensión, colectiva) en lo que ocurre en este momento. Hemos creído, en 1945, salir del espíritu totalitario... Acordémonos de que ese cáncer, bajo el nombre de fascismo, ha comenzado por devorar una nación, luego otra. En la actualidad está agazapado en el inconsciente de los hombres, en particular, de aquellos que se declaran sus peores enemigos... Ese mal, en el cual nos hemos detenido a pensar, es el desprecio del prójimo: una especie de indiferencia colosal con respecto a la inteligencia de los demás y de su alma viviente. ¡Una intolerancia de dementes! ¡Su caballo de Troya es la palabra felicidad! Y yo creo que eso es mortal. No se trata de un peligro relativo sino absoluto.

P.B.- Que no justifica ningún espejismo de la Tierra Prometida.

R.C.- Yo le hablo en tanto ser que vive sobre una tierra presente, inmediata, y no en tanto ser que tiene mil años de camino delante suyo. Hablo para los hombres de mi tiempo, que han hecho morir como nunca, y no hipotéticamente para los hombres de la distancia. Se acostumbra, para tentarnos, a desplegar ante nosotros la sombra clara de un gran ideal. Sin embargo, la edad de oro prometida no podría serlo sino en el presente. ¡La perspectiva de un paraíso ha inflado al hombre!

P.B.- Entre tantos otros, la poesía es un acto de rebelión. ¿Cómo librar a la poesía de sus opresores?

R.C.- La verdadera poesía se las arregla bien por sí sola: existid sin temor. Lo importante es perseverar, no declararse vencido sobre el terreno de la condición humana y de la libertad. Es preciso volver sin cesar, convencer, decidir la evidencia de ganar la partida, elevar el buen sentido al primer rango...

P.B.- Todo lo que yo experimento en cuanto a la condición del poeta se encuentra felizmente aclarado por ese comportamiento contradictorio que se ejerce en pro o en contra de mí. Ello me encanta, sirve para propagar una manera de energía, de calor humano. Pro y contra son indispensables. En un reciente estudio, Maurice Blanchot escribe: “La obra es el alba que precederá al día. Ella inicia, entroniza. Misterio que entroniza, dice Char, pero ella misma permanece en el misterio, excluida de la iniciación y exiliada de la clara verdad: suerte de Mesías que será redentor a condición de ser siempre el que vendrá y de ninguna manera el que ha venido”. Me parece que Blanchot nos ofrece una clave y que eso deben ser las “oportunidades patéticas” de las que nos habla en Hojas de Hipnos. ¿Está usted de acuerdo?

R.C.- Completamente. Blanchot es el compañero espiritual soñado... No lo conozco.

P.B.- Los combates en los que usted ha participado y aquellos en los cuales participa aún se asemejan misteriosamente. Siempre es el mismo enemigo, el mismo ángel malo el que usted y sus amigos vuelven a encontrar. Y, de hecho, si la esperanza está de vuestro lado, hay también otra esperanza –maléfica- enfrente. ¿No piensa usted que es el tiempo de darnos nuevas Hojas de Hipnos?

R.C.- El contenido de los libros varía según las épocas. Hoy no es un combate el que sostenemos: es mucho más: una especie de paciencia armada nos introduce en ese estado de rechazo increíble. Pero, permanecer abiertos, permanecer presentes, retener el escalofrío, limitar al malvado... De 1941 a 1944 he escrito Hojas de Hipnos como un ama de casa consigna sus cuentas en una libreta. De 1948 a 1952 he producido A una serenidad crispada. Se exige de muchos poetas, al pedirles que comenten su poesía, la exhibición de sus sentimientos íntimos, la confesión de sus “ideas”, si fuera realmente cierto que ellos tienen “ideas”. Hojas de Hipnos correspondía a su tiempo; A una serenidad crispada corresponde al nuestro.

P.B.- Esa forma aforística...

R.C.- Ya sé, ya sé... Y bien, si me reprocha mi forma breve, a eso respondo con dos aforismos de Hojas...: “Mantén frente a los otros lo que te has prometido solamente a ti. Ahí está tu contrato.” “He aquí la época en que el poeta siente erguirse en él esta meridiana fuerza de ascensión”. Es preciso concentrar, decir con rapidez, iluminar con exactitud... ¡Tanto peor para la retórica!

P.B.- Es verdad que se exige demasiado de los poetas.

R.C.- Si existe una poesía, si ella es un polo de atracción, si es alimenticia, ¿qué necesidad hay de hablar de ella?

P.B.- Inquietos por lo que esencialmente ellos no han creado, los hombres tienen necesidad de definición, una necesidad nostálgica, como si pensaran que las mejores definiciones son el propio origen.

R.C.- Pero no! Veamos... Hacemos salir de nuestro laconismo, de nuestro cuarto de trabajo, de las circunstancias comunes a todos los hombres, significa desearnos “cargados de misión”.

P.B.- Pero es evidente que vosotros tenéis una misión...

R.C.- No. Tenemos una tarea, eso sí... Bien sé que los poetas tienen a menudo curiosas pretensiones. Sin cesar, ellos se creen obligados a tocar el clarín, de donde su rápida pérdida de influencia...

P.B.- De todas maneras, ellos no pueden permanecer enclaustrados...

R.C.- No, por supuesto. Además, yo no abogo por la torre de marfil... sino por el conocimiento exacto de los motivos. No se desconfía lo suficiente de la impropiedad, no sólo de los términos, sino de la farsa de los acontecimientos...

P.B.- En ellos estamos.

R.C.- Una de las curiosidades de la época es lo universal. En cuanto cualquier individuo es consultado, responde sin vacilación –lo cual implica que él es la ciencia infusa- aun si es ignorante del asunto o de la cosa humana de que se trata. El intelectual sueña a la vez “ser” y “no poder ser”. Y lo que no puede ser, su orgullo lo proyecta en los otros, aquellos para los cuales escribe. Lo que no debería dispensarlo, en cuanto a sí mismo, de la prueba patética.

P.B.- Yo le he dicho “misión”, usted me ha respondido “tarea”. Conforme. Además, pienso que las dos nociones no son incompatibles. Y es por eso que puedo preguntarle qué espera usted de la juventud. Mi pregunta no es tan simple. Después de la aparición de sus últimos libros, después de la antología a la que precedió mi ensayo en la colección Poètes d’aujourd’hui, muchos espíritus jóvenes tomaron en cuenta el ¿Ha leído usted a Char? de Mounin. Se le comenta en los medios más diversos y yo sé, por mi parte, de jóvenes desesperaciones que se borraron después de la publicación de EL sol de las aguas. Creo que eso es muy significativo y es por ello que le aseguro que mi pregunta no es tan simple.

R.C.- No es simple, en efecto. De esas adhesiones yo no puedo únicamente estar conmovido: ellas aumentan aun mis escrúpulos. No exageremos. Creo que con un poco de obstinación y la ayuda de sus hermanos mayores, la juventud superará el desorden. Creo que mis poemas corresponden a alguna cosa cuyo equivalente serían deberes felices después de dificultades sin número. Nunca he propuesto nada que, una vez pasada la euforia, corriera el riesgo de caer de lo alto. No soy de aquellos que toman el mar “como si tal cosa”. Naturalmente me parece que los jóvenes van hacia aquellos que los escuchan con seriedad, con afecto, y no los desengañan.

P.B.- No hay sólo el problema de las incompatibilidades; está también el de los equívocos. Bien se ve que la honestidad intelectual pierde cada día más su sentido. Usted se complace en repetir a menudo que “todo sigue siendo todavía posible”. ¿Podría incluso repetirlo aquí?

R.C.- Sí, ciertamente.

P.B.- Vivimos cada vez más el tiempo de la elección. ¿Qué puede la poesía en el dilema que nos concierne? En medio de los hombres ¿qué pueden los poetas?

R.C.- El poeta está originariamente comprometido, pero “comprometido” es una palabra que no tiene sentido aquí, que es impropia. Digamos que el poeta es combinable.

P.B.- Sea. Pero el compromiso, antes de ser una moda, tenía un sentido noble.

R.C.- Sólo he visto hasta ahora seres para quienes la palabra compromiso era muy imprecisa. La expresión que les convenía mejor era solidaridad, odio común, amor compartido o deseo de cambio. He asistido en 1940 a la agonía de tres hombres, los tres diferentes durante su validez. Cada uno de ellos tenía un fragmento del mismo obús en el vientre y agonizaban juntos bajo nuestros ojos. Le aseguro que sus quejas eran las mismas...

P.B. El sentido de ese mensaje se refuerza muy particularmente en un texto suyo que yo sé sin terminar pero del que conocemos de todas maneras algunos fragmentos. Hablo de La búsqueda de la base y de la cumbre.

R.C.- Ese texto está, en efecto, sin terminar, y en él trabajo. No entreveo la fecha de su publicación, no porque este texto tenga una importancia tal que deba ser embellecido y modificado sin cesar, sino porque es como los altos y los bajos de mi vida misma. Un día me ha sido dado escribir: “El conocimiento nutre y la experiencia marchita”. Es preciso desconfiar de la importancia de la experiencia porque ella vuelve a los seres y a las cosas sin juventud, imperfectibles. Usted me ha preguntado hace un momento si yo creía en la juventud. Creo tanto en ella, que muy a menudo me desmiento.


(Revista “Poesía Buenos Aires”, número XI/XII, dedicado íntegramente a René Char.)

jueves, 24 de enero de 2013



“La poesía es una serie de explicaciones de la vida que se esfuman en horizontes demasiado rápidos para las explicaciones.”

CARL SANDBURG

lunes, 21 de enero de 2013

JEAN COCTEAU



OPIUM  
Diario de una desintoxicación (fragmentos)

"Solicito a los discípulos de Freud que me interpreten un sueño que he tenido desde los 10 años, muchas veces por semana. Este sueño se interrumpió en 1912: Mi padre, que ya había muerto, no lo estaba en mi sueño. Se había convertido en un loro del Pré-Catelan, uno de los loros cuya gritería permanecerá para siempre unida en mí al gusto de la leche cremosa. durante el sueño, mi madre y yo íbamos a sentarnos a una mesa de la granja del Pre Catelan, que mezclaba varias granjas con la terraza del Jardín de Aclimatación. yo sabía que mi madre sabía y no sabía que yo sabía, y adivinaba que ella buscaba cuál de esos pájaros era mi padre y por qué se había metamorfoseado. Me despertaba llorando debido a su rostro, que trataba de sonreír."

"Es difícil vivir sin el opio después de haberlo conocido, porque es difícil, después de haber conocido el opio tomar a la tierra enserio. Y a menos de ser un santo, es difícil vivir sin tomar en serio la tierra. El trabajo que me explotaba necesitaba el opio: necesitaba que dejase el opio, soy su víctima una vez más. Y yo me preguntaba: ¿Volveré a fumar? Inútil tomar un aire desenvuelto, querido poeta. Volveré a fumar si mi trabajo quiere. Es un libro el que sale, el que va a salir como dicen los editores. No soy yo...Yo puedo morirme: a él le tiene sin cuidado... La misma frase se repite siempre, y siempre se deja embaucar por ella."

“Nada ilustra mejor el drama de una desintoxicación que esos films acelerados, que denuncian las muecas y los gestos del mundo vegetal. El mismo progreso en el dominio auditivo nos permitiría sin duda alguna escuchar los gritos de una planta”.

“El primer síntoma neto de la desintoxicación es el retorno de la sensualidad.”

 "Me gustaría mucho no tener compostura. Es difícil. La falta de compostura es la marca del héroe. Hablo de una falta de compostura hecha de cifras, cuentas de hotel y ropa sucia. Leitmotiv del De Profundis: -El único crimen consiste en ser superficial. Todo lo que se comprende está bien-. La reiteración de esta frase irrita, pero es reveladora. Este lugar común, último descubrimiento de Wilde, deja de ser un lugar común y comienza a vivir por el hecho mismo de que él lo descubre. Toma la fuerza de una fecha."

miércoles, 16 de enero de 2013

OCTAVIO PAZ – EL ARCO Y LA LIRA VIII



LA CONSAGRACIÓN DEL INSTANTE

Aunque la poesía no es religión, ni magia, ni pensamiento, para realizarse como poema se apoya siempre en algo ajeno a ella. Ajeno, mas sin lo cual no podría encarnar. El poema es poesía y, además, otra cosa. Y este además no es algo postizo o añadido, sino un constituyente de su ser. Un poema puro sería aquel en el que las palabras abandonasen sus significados particulares y sus referencias a esto o aquello, para significar sólo el acto de poetizar —exigencia que acarrearía su desaparición, pues las palabras no son sino significados de esto y aquello, es decir, de objetos relativos e históricos. Un poema puro no podría estar hecho de palabras y seria, literalmente, indecible. Al mismo tiempo, un poema que no luchase contra la naturaleza de las palabras, obligándolas a ir más allá de sí mismas y de sus significados relativos, un poema que no intentase hacerlas decir lo indecible, se quedaría en simple manipulación verbal.

Lo que caracteriza al poema es su necesaria dependencia de la palabra tanto como su lucha por trascenderla. Esta circunstancia permite una investigación sobre su naturaleza como algo único e irreductible y, simultáneamente, considerarlo como una expresión social inseparable de otras manifestaciones históricas. El poema, ser de palabras, va más allá de las palabras y la historia no agota el sentido del poema; pero el poema no tendría sentido —y ni siquiera existencia— sin la historia, sin la comunidad que lo alimenta y a la que alimenta. Las palabras del poeta, justamente por ser palabras, son suyas y ajenas. Por una parte, son históricas: pertenecen a un pueblo y a un momento del habla de ese pueblo: son algo fechable. Por la otra, son anteriores a toda fecha: son un comienzo absoluto. Sin el conjunto de circunstancias que llamamos Grecia no existirían la Ilíada ni la Odisea; pero sin esos poemas tampoco habría existido la realidad histórica que fue Grecia. El poema es un tejido de palabras perfectamente fechables y un acto anterior a todas las fechas: el acto original con el que principia toda historia social o individual; expresión de una sociedad y, simultáneamente, fundamento de esa sociedad, condición de su existencia. Sin palabra común no hay poema; sin palabra poética, tampoco hay sociedad, Estado, Iglesia o comunidad alguna.

La palabra poética es histórica en dos sentidos complementarios, inseparables y contradictorios: en el de constituir un producto social y en el de ser una condición previa a la existencia de toda sociedad. El lenguaje que alimenta al poema no es, al fin de— cuentas, sino historia, nombre de esto o aquello, referencia y significación que alude a un mundo histórico cerrado y cuyo sentido se agota con el de su personaje central: un hombre o un grupo de hombres. Al mismo tiempo, todo ese conjunto de palabras, objetos, circunstancias y hombres que constituyen una historia arranca de un principio, esto es, de una palabra que lo funda y le otorga sentido. Ese principio no es histórico ni es algo que pertenezca al pasado sino que siempre está presente y dispuesto a encarnar. Lo que nos cuenta Homero no es un pasado fechable y, en rigor, ni siquiera es pasado: es una categoría temporal que flota, por decirlo así, sobre el tiempo, con avidez siempre de presente. Es algo que vuelve a acontecer apenas unos labios pronuncian los viejos hexámetros, algo que siempre está comenzando y que no cesa de manifestarse.

La historia es el lugar de encarnación de la palabra poética. El poema es mediación entre una experiencia original y un conjunto de actos y experiencias posteriores, que sólo adquieren coherencia y sentido con referencia a esa primera experiencia que el poema consagra. Y esto es aplicable tanto al poema épico como al lírico y dramático. En todos ellos el tiempo cronológico —la palabra común, la circunstancia social o individual— sufre una transformación decisiva: cesa de fluir, deja de ser sucesión, instante que viene después y antes de otros idénticos, y se convierte en comienzo de otra cosa. El poema traza una raya que separa al instante privilegiado de la corriente temporal: en ese aquí y en ese ahora principia algo: un amor, un acto heroico, una visión de la divinidad, un momentáneo asombro ante aquel árbol o ante la frente de Diana, lisa como una muralla pulida. Ese instante está ungido con una luz especial: ha sido consagrado por la poesía, en el sentido mejor de la palabra consagración.

A la inversa de lo que ocurre con los axiomas de los matemáticos, las verdades de los físicos o las ideas de los filósofos, el poema no abstrae la experiencia: ese tiempo está vivo, es un instante henchido de toda su particularidad irreductible y es perpetuamente susceptible de repetirse en otro instante, de reengendrarse e iluminar con su luz nuevos instantes, nuevas experiencias. Los amores de Safo, y Safo misma, son irrepetibles y pertenecen a la historia; pero su poema está vivo, es un fragmento temporal que, gracias al ritmo, puede reencarnar indefinidamente. Y hago mal en llamarlo fragmento, pues es un mundo completo en sí mismo, tiempo único, arquetípico, que ya no es pasado ni futuro sino presente. Y esta virtud de ser ya para siempre presente, por obra de la cual el poema se escapa de la sucesión y de la historia, lo ata más inexorablemente a la historia. Si es presente, sólo existe en este ahora y aquí de su presencia entre los hombres.

Para ser presente el poema necesita hacerse presente entre los hombres, encarnar en la historia. Como toda creación humana, el poema es un producto histórico, hijo de un tiempo y un lugar; pero también es algo que trasciende lo histórico y se sitúa en un tiempo anterior a toda historia, en el principio del principio. Antes de la historia, pero no fuera de ella. Antes, por ser realidad arquetípica, imposible de fechar, comienzo absoluto, tiempo total y autosuficiente. Dentro de la historia —y más: historia— porque sólo vive encarnado, reengendrándose, repitiéndose en el instante de la comunión poética. Sin la historia —sin los hombres, que son el origen, la substancia y el fin de la historia— el poema no podría nacer ni encarnar; y sin el poema tampoco habría historia, porque no habría origen ni comienzo. Puede concluirse que el poema es histórico de dos maneras: la primera, como producto social; la segunda, como creación que trasciende lo histórico pero que, para ser efectivamente, necesita encarnar de nuevo en la historia y repetirse entre los hombres. Y esta segunda manera le viene de ser una categoría temporal especial: un tiempo que es siempre presente, un presente potencial y que no puede realmente realizarse sino haciéndose presente de una manera concreta en un ahora y un aquí determinados.

El poema es tiempo arquetípico; y, por serlo, es tiempo que encarna en la experiencia concreta de un pueblo, un grupo o una secta. Esta posibilidad de encarnar entre los hombres lo hace manantial, fuente: el poema da de beber el agua de un perpetuo presente que es, asimismo, el más remoto pasado y el futuro más inmediato. La segunda manera de ser histórico del poema es, por tanto, polémica y contradictoria: aquello que lo hace único y separa del resto de las obras humanas es su trasmutar el tiempo sin abstraerlo; y esa misma operación lo lleva, para cumplirse plenamente, a regresar al tiempo. Vistas desde el exterior, las relaciones entre poema e historia no presentan fisura alguna: el poema es un producto social. Incluso cuando reina la discordia entre sociedad y poesía —según ocurre en nuestra época— y la primera condena al destierro a la segunda, el poema no escapa a la historia: continúa siendo, en su misma soledad, un testimonio histórico. A una sociedad desgarrada corresponde una poesía como la nuestra.

A lo largo de los siglos, por otra parte, Estados e Iglesias confiscan para sus fines la voz poética. Casi nunca se trata de un acto de violencia: los poetas coinciden con esos fines y no vacilan en consagrar con su palabra las empresas, experiencias e instituciones de su época. Sin duda San Juan de la Cruz creía servir a su fe —y en efecto la servía— con sus poemas, pero ¿podemos reducir el infinito hechizo de su Poesía a las explicaciones teológicas que nos da en sus comentarios? Basho no habría escrito lo que escribió si no hubiese vivido en el siglo XVII japonés; pero no es necesario creer en la iluminación que predica el budismo Zen para abismarse en la flor inmóvil que son los tres versos de su haikú. La ambivalencia del poema no proviene de la historia, entendida como una realidad unitaria y total que engloba todas las obras, sino que es consecuencia de la naturaleza dual del poema.

El conflicto no está en la historia sino en la entraña del poema y consiste en el doble movimiento de la operación poética: transmutación del tiempo histórico en arquetípico y encarnación de un arquetipo en un ahora determinado e histórico. Este doble movimiento constituye la manera propia y paradójica de ser de la poesía. Su modo de ser histórico es polémico. Afirmación de aquello mismo que niega: el tiempo y la sucesión. La poesía no se siente: se dice. O mejor: la manera propia de sentir la poesía es decirla. Ahora bien, todo decir es siempre un decir de algo, un hablar de esto y aquello. El decir poético no difiere en esto de las otras maneras de hablar. El poeta habla de las cosas que son suyas y de su mundo, aun cuando nos hable de otros mundos: las imágenes nocturnas están hechas de fragmentos de las diurnas, recreadas conforme a otra ley. El poeta no escapa a la historia, incluso cuando la niega o la ignora. Sus experiencias más secretas o personales se transforman en palabras sociales, históricas. Al mismo tiempo, y con esas mismas palabras, el poeta dice otra cosa: revela al hombre. Esa revelación es el significado último de todo poema y casi nunca está dicha de manera explícita, sino que es el fundamento de todo decir poético. En las imágenes y ritmos se transparenta, más o menos acusadamente, una revelación que no se refiere ya a aquello que dicen las palabras, sino a algo anterior y en lo que se apoyan todas las palabras del poema: la condición última del hombre, ese movimiento que lo lanza sin cesar adelante, conquistando siempre nuevos territorios que apenas tocados se vuelven ceniza, en un renacer y re morir y renacer continuos. Pero esta revelación que nos hacen los poetas encarna siempre en el poema y, más precisamente, en las palabras concretas y determinadas de este o aquel poema. De otro modo no habría posibilidad de comunión poética: para que las palabras nos hablen de esa «otra cosa» de que habla todo poema es necesario que también nos hablen de esto y aquello.

La discordia latente en todo poema es una condición de su naturaleza y no se da como desgarradura. El poema es unidad que sólo logra constituirse por la plena fusión de los contrarios. No son dos mundos extraños los que pelean en su interior: el poema está en lucha consigo mismo. Por eso está vivo. Y de esta continua querella —que se manifiesta como unidad superior, como lisa y compacta superficie— procede también lo que se ha llamado la peligrosidad de la poesía. Aunque comulgue en el altar social y comparta con entera buena fe las creencias de su época, el poeta es un ser aparte, un heterodoxo por fatalidad congénita: siempre dice otra cosa e incluso cuando dice las mismas cosas que el resto de los hombres de su comunidad. La desconfianza de los Estados y las Iglesias ante la poesía nace no sólo del natural imperialismo de estos poderes: la índole misma del decir poético provoca el recelo. No es tanto aquello que dice el poeta, sino lo que va implícito en su decir, su dualidad última e irreductible, lo que otorga a sus palabras un gusto de liberación. La frecuente acusación que se hace a los poetas de ser ligeros, distraídos, ausentes, nunca del todo en este mundo, proviene del carácter de su decir. La palabra poética jamás es completamente de este mundo: siempre nos lleva más allá, a otras tierras, a otros cielos, a otras verdades.

La poesía parece escapar a la ley de gravedad de la historia porque su palabra nunca es enteramente histórica. Nunca la imagen quiere decir esto o aquello. Más bien sucede lo contrario, según se ha visto: la imagen dice esto y aquello al mismo tiempo. Y aun: Esto es Aquello. La condición dual de la palabra poética no es distinta a la de la naturaleza del hombre, ser temporal y relativo pero lanzado siempre a lo absoluto. Ese conflicto crea la historia. Desde esta perspectiva, el hombre no es mero suceder, simple temporalidad. Si la esencia de la historia consistiese sólo en el suceder un instante a otro, un hombre a otro, una civilización a otra, el cambio se resolvería en uniformidad, y la historia sería naturaleza. En efecto, cualesquiera que sean sus diferencias específicas, un pino es igual a otro pino, un perro es igual a otro perro; con la historia ocurre lo contrario: cualesquiera que sean sus características comunes, un hombre es irreductible a otro hombre, un instante histórico a otro instante. Y lo que hace instante al instante, tiempo al tiempo, es el hombre que se funde con ellos para hacerlos únicos y absolutos. La historia es gesta, acto heroico, conjunto de instantes significativos porque el hombre hace de cada instante algo autosuficiente y separa así al hoy del ayer. En cada instante quiere realizarse como totalidad y cada una de sus horas es monumento de una eternidad momentánea. Para escapar de su condición temporal no tiene más remedio que hundirse más plenamente en el tiempo. La única manera que tiene de vencerlo es fundirse con él. No alcanza la vida eterna, pero crea un instante único e irrepetible y así da origen a la historia. Su condición lo lleva a ser otro; sólo, siéndolo puede ser él mismo plenamente. Es como el Grifón mítico de que habla el canto XXXI del Purgatorio: «Sin cesar de ser él mismo se transforma en su imagen».

La experiencia poética no es otra cosa que revelación de la condición humana, esto es, de ese trascenderse sin cesar en el que reside precisamente su libertad esencial. Si la libertad es movimiento del ser, trascenderse continuo del hombre, ese movimiento deberá estar referido siempre a algo. Y así es: es un apuntar hacia un valor o una experiencia determinada. La poesía no escapa a esta ley, como manifestación de la temporalidad que es. En efecto, lo característico de la operación poética es el decir, y todo decir es decir de algo. ¿Y qué puede ser ese algo? En primer término, ese algo es histórico y fechable: aquello de que efectivamente habla el poeta, trátese de sus amores con Galatea, del sitio de Troya, de la muerte de Hamlet, del sabor del vino una tarde o del color de una nube sobre el mar. El poeta consagra siempre una experiencia histórica, que puede ser personal, social o ambas cosas a un tiempo. Pero al hablarnos de todos esos sucesos, sentimientos, experiencias y personas, el poeta nos habla de otra cosa: de lo que está haciendo, de lo que se está siendo frente a nosotros y en nosotros. Nos habla del poema mismo, del acto de crear y nombrar. Y más: nos lleva a repetir, a recrear su poema, a nombrar aquello que nombra; y al hacerlo, nos revela lo que somos.

No quiero decir que el poeta haga poesía de la poesía —o que en su decir sobre esto o aquello de pronto se desvíe y se ponga a hablar sobre su propio decir— sino que, al recrear sus palabras, nosotros también revivimos su aventura y ejercitamos esa libertad en la que se manifiesta nuestra condición. También nosotros nos fundimos con el instante para traspasarlo mejor, también, para ser nosotros mismos, somos otros.
La experiencia descrita en los capítulos anteriores la repite el lector. Esta repetición no es idéntica, por supuesto. Y precisamente por no serlo, es valedera. Es muy posible que el lector no comprenda con entera rectitud lo que dice el poema: hace muchos años o siglos fue escrito y la lengua viva ha variado; o fue compuesto en una región alejada, donde se habla de un modo distinto. Nada de esto importa. Si la comunión poética se realiza de veras, quiero decir, si el poema guarda aún intactos sus poderes de revelación y si el lector penetra efectivamente en su ámbito eléctrico, se produce una recreación. Como toda recreación, el poema del lector no es el doble exacto del escrito por el poeta. Pero si no es idéntico por lo que toca al esto y al aquello, sí lo es en cuanto al acto mismo de la creación: el lector recrea el instante y se crea a sí mismo. El poema es una obra siempre inacabada, siempre dispuesta a ser completada y vivida por un lector nuevo.

lunes, 14 de enero de 2013

GEORGES BATAILLE 1



LA LITERATURA, LA LIBERTAD Y LA EXPERIENCIA MÍSTICA

Lo más notable en este impulso es que una enseñanza de este tipo no va dirigida, como la del cristianismo - o la de la religión antigua- a una colectividad ordenada, que se basaba precisamente en esa enseñanza. Se dirige por el contrario al individuo aislado y perdido y sólo le concede algo en el instante: es solamente literatura. Su única vía es la literatura libre e inorgánica. Por eso está menos obligada que la enseñanza pagana o la de la Iglesia a pactar con la necesidad social, que en muchos casos está representada por convenciones (abusos), pero también por la razón.

Únicamente la literatura podía poner al desnudo el mecanismo de la transgresión de la ley (sin transgresión, la ley no tendría finalidad), independientemente de un orden que hay que crear. La literatura no puede asumir la tarea de ordenar la necesidad colectiva. No le interesa concluir: “lo que yo he dicho nos compromete al respeto fundamental de las leyes de la ciudad"; o como hace el cristianismo: "lo que yo he dicho (la tragedia del Evangelio) nos compromete en el camino del Bien" (es decir, de hecho, en el de la razón). La literatura representa incluso, lo mismo que la transgresión de la ley moral, un peligro. Al ser inorgánica, es irresponsable. Nada pesa sobre ella. Puede decirlo todo. O, más bien, supondría un peligro si no fuera (en conjunto, y en la medida en que es auténtica) la expresión de "aquellos en quienes los valores éticos están más profundamente anclados".

Si esto no salta a la vista, es porque el aspecto de revuelta suele ser el que destaca, pero la tarea literaria auténtica no se puede concebir más que en el deseo de comunicación fundamental con el lector (no me refiero aquí a la masa de libros destinada a engañar al gran público). En realidad, la literatura, unida desde el romanticismo a la decadencia de la religión (dado que, en forma menos importante, menos inevitable, tiende a reivindicar discretamente la herencia de la religión) está menos cerca del contenido de la religión que del contenido del misticismo, que es, en las márgenes de la religión, un aspecto suyo casi asocial. El misticismo está más cerca de la verdad que yo me esfuerzo por enunciar. Bajo el nombre de misticismo no designo los sistemas de pensamiento a los que se da ese nombre impreciso: pienso en la "experiencia mística", en los "estados místicos" experimentados en la soledad. En esos estados podemos conocer una verdad diferente de aquellas que están unidas con la percepción de los objetos (y, después, del sujeto; unidas por tanto a las consecuencias intelectuales de la percepción). Pero esta verdad no es formal. El discurso coherente no puede explicarla. Sería incluso incomunicable si no tuviéramos la oportunidad de abordarla por dos caminos: la poesía y la descripción de las condiciones en las que es habitual a esos estados.

En forma decisiva, esas condiciones responden a los temas de que ya he hablado y que fundamentan la emoción literaria auténtica. Es siempre la muerte - o por lo menos la ruina del sistema del individuo aislado a la búsqueda de la dicha en la duración- la que introduce la ruptura, ruptura sin la cual nadie alcanza el estado de trance. En ese momento de ruptura y muerte, lo recobrado es siempre la inocencia y la embriaguez del ser. El ser aislado se pierde en algo distinto a él. Poco importa la representación que demos de esa "otra cosa". Es siempre una realidad que trasciende los límites comunes. Es incluso tan profundamente ilimitada que en realidad no es una cosa.
"Dios es nada" enuncia Eckhart. En el terreno de la vida ordinaria el "ser amado" ¿no es acaso la anulación de los límites de los otros (el único ser en el que ya no sentimos o sentimos menos, los límites del individuo acantonado en un aislamiento que nos lo hace evanescente)? Lo propio del estado místico es la tendencia a suprimir radicalmente -sistemáticamente- la imagen múltiple del mundo en que se sitúa la existencia individual a la busca de la duración. En un impulso inmediato (como el de la infancia o la pasión) el esfuerzo no es sistemático: la ruptura de los límites es pasiva, no es consecuencia de una voluntad dispuesta intelectualmente. La imagen de ese mundo carece simplemente de coherencia o, en el caso de que ya haya encontrado su cohesión, la intensidad de la pasión la trasciende: es cierto que la pasión busca la duración del goce experimentado en la pérdida de sí mismo ¿pero no es acaso su primer impulso el olvido de uno mismo por el otro?

No podemos dudar de la unidad fundamental de todos los impulsos gracias a los cuales escapamos al cálculo del interés, en los cuales experimentamos la intensidad del instante presente. El misticismo escapa a la espontaneidad de la infancia lo mismo que a la condición accidental de la pasión. Pero para expresar los trances utiliza el vocabulario del amor y la contemplación liberada de la reflexión discursiva tiene la simplicidad de una risa infantil. Creo que es decisivo insistir en el parecido entre una determinada tradición literaria moderna y la vía mística.

Pasajes que describen en efecto sentimientos agudizados y estados turbados del alma, que responden a todas las posibilidades de una vida espiritual angustiada, llevada a intensa exaltación. Expresan una experiencia infinitamente profunda, infinitamente violenta, de las tristezas o las alegrías de la soledad. Nada, a decir verdad, nos permite diferenciar con claridad, una experiencia de este tipo, tal como a veces la prepara y la contiene una expresión poética, de una búsqueda ordenada y sometida a los principios de la religión, o por lo menos de una representación del mundo (positiva o negativa). Incluso, en cierto sentido, esos impulsos, exaltados que rige el azar, y que jamás se liberan de los datos de una reflexión inconexa, son a veces los más ricos. El mundo que - de una forma imprecisa- nos revelan los poemas es desde luego inmenso y turbador. Pero, para definirlo, no es lícito extremar el parecido con el mundo relativamente conocido que los grandes místicos nos han descrito. Es un mundo menos calmo, más salvaje, cuya violencia no se reabsorbe en una iluminación lenta y largamente vivida.

“Todo lleva a creer -escribe André Breton- que existe un determinado punto del espíritu donde la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, el pasado y futuro, lo comunicable y lo incomunicable, dejan de ser percibidos como contradictorios." Yo añadiría: el Bien y el Mal, el dolor y la alegría. Este punto, al que alude Breton, es el designado tanto por la literatura violenta como la violencia de la experiencia mística. El camino importa poco: sólo el lugar, el punto, importa.

(de LA LITERATURA Y EL MAL - fragmento)

miércoles, 9 de enero de 2013

RAÚL GUSTAVO AGUIRRE



1-

“La obsesión de ser en la poesía, en medio de una materia sin compromiso alguno con nosotros, ávida por desasirse de nuestra complicada química corporal.

Siempre se servirá la poesía de esa alianza impenetrable entre la confusión de un hombre y la presencia de un niño.

Romper la barrera del sonido. (Todos los desastres precedían ese momento soberano en que el poeta, por una suma acelerada de actos de veracidad, emerge solitario en la región absoluta.)

La magia de la existencia es enorme. La tarea del lenguaje es revelarla, no sustituirla.

Es preciso volvernos a tiempo hacia la ventana, a fin de no devenir considerables.

El poeta es el hombre de la lenta obsesión.

En tanta felicidad posible, misteriosamente asesinada, arde la poesía…”


2-

“La poesía es algo maldito, y es necesario explicar de nuevo este lugar común.

Maldita por ser la moral más pura en un mundo inmoral, el rostro único en un mundo inmoral, el rostro único en un mundo de máscaras, la hombría cierta ante la intelectualidad bufona y pierdetiempo.

Maldita por ser la inteligencia y el amor fundiendo juntos.

Maldita por sus exigencias, por su avidez de conciencia y de verdad, por su necesidad de existir sin condiciones.”


3-

"La poesía no espera tras la puerta el regreso de nadie.
No se acompaña en bosques petrificados, ni una lluvia le cae porque sí en cada otoño. No mira el fuego secular, lo tiene adentro."



4-

ENTREVISTA A RAÚL GUSTAVO AGUIRRE

Por Raúl Henao

¿Fundamentalmente, en qué consiste para usted la experiencia poética? ¿Qué ha representado la poesía a lo largo de su vida?

- Parafraseando a Tristan Tzará, diría que la experiencia poética no es para mí “una vaga ocupación de orden estético”, sino una manera de vivir, pero tampoco una entre otras, sino la única posible.

¿Cree que el poeta debe salvar el abismo que separa el arte de la vida o, por el contrario, cultivar el arte como una actividad marginal, que en nada compromete su vida cotidiana?

- El “abismo” entre el arte y la vida es uno de los caracteres inhumanos de nuestra civilización actual. La función creadora es esencialmente humana. El poeta no hace más que servir a la recuperación de esa característica fundamental de la especie y lo hace según sus medios y recursos, por lo común, modestos. Pero lo que importa es que vaya en esa dirección.

¿Cómo ve el actual panorama de la literatura argentina. Qué obra poética ha sido para usted la más valiosa y cercana en ese contexto?

- Uno de los rasgos más definidos de la literatura argentina actual sigue siendo la multiplicidad de visiones estéticas que resulta de la convivencia de varias generaciones y de las características disímiles de los diversos centros culturales esparcidos en un vasto territorio. Esta multiplicidad es riqueza en cuanto se concreta en diálogo. Doy un ejemplo que –también- contesta la segunda parte de la pregunta. Para mí ha sido, entre otras, muy valioso el conocimiento de la obra poética de Juan L. Ortiz, pero este poeta, nacido en 1896, sólo comienza a ser reconocido en toda su importancia cuando ya tiene ochenta años. Una de las razones de esto, es que siempre vivió en Paraná, ciudad situada a unos seiscientos kilómetros de Buenos Aires. Algunos poetas de mi generación debemos mucho también al ejemplo de Aldo Pellegrini y Oliverio Girondo.

¿Qué alternativa queda al poeta en el momento presente ante la imposibilidad de vivir de su actividad. ¿No piensa usted que tanto el periodismo como la cátedra universitaria -por hablar de algunas de las alternativas escogidas generalmente por los poetas para “ganarse la vida”- terminan limando, agotando, las facultades poéticas reacias a toda normatividad o servidumbre?

- Me parece bien que el poeta no viva de la poesía porque la poesía no es una profesión. En cuanto al problema de sus medios de vida, no quisiera pecar de moralismo. Sólo quiero hablar de mi caso personal: a mí el periodismo me espanta porque me fatiga intelectualmente. Otro tanto, creo que ocurriría con la publicidad. En cambio la cátedra -sólo ejercí la secundaria- me parece algo positivo, por el contacto viviente y cuestionante con los jóvenes. Claro que yo siempre entendí la enseñanza como un intercambio, donde a veces es el alumno el que enseña y el maestro el que aprende.

Cuando hablaba de facultades poéticas me refería a la “inspiración”, ese particular “estado de gracia”, de receptividad absoluta que, por así decirlo, permite que el poema se escriba a través del poeta. ¿Qué piensa usted de la inspiración?

- No se si la inspiración existe. En todo caso habría que definirla antes con suma precisión. Más bien me parece que es el desencadenamiento de un largo trabajo previo, a veces de años…Lo que si puedo decir es que yo nunca escribí un poema en estado neutro, de redactor. Siempre lo hice bajo el signo de una pasión, de una exaltación o de una necesidad experimentada como angustia. Le diré también que los poemas que más quiero son los que menos tuve que tocar después, en esa etapa que algunos llaman de trabajo crítico.

A propósito, usted ha mantenido una constante actividad crítica, complementaria a su trabajo poético. ¿Cuál es la función que cumple la crítica en el contexto de la literatura moderna?

- La crítica ayuda a leer mejor, sin duda, o debiera. Creo que esa es su función.

¿Y el poeta?… Finalmente juega algún papel en nuestro tiempo o por el contrario, habría que decir que es un personaje pasado de moda, una especie de fósil viviente, sin nada que decir o hacer en el mundo actual?

- Esto se relaciona con lo que decíamos al comienzo. Sin los artistas y sin los poetas el hombre no sería humano. La vida no tendría sentido. El hombre que talló la primera piedra ¿era poeta o cazador? No lo podemos discernir hoy. La función del arte y la poesía me parece más importante que nunca, porque consisten sobre todo en reconciliar a los hombres con el mundo, con los otros, consigo mismo, con todo eso que se les ha vuelto cada vez más extraño.