jueves, 17 de diciembre de 2015

GONZALO ROJAS



EL LOCO

Cuando en mis mocedades de aprendiz lo dejé todo: surrealismo, Universidad, vanidades efímeras y me instalé en lo más alto de Atacama, el que me defendió fue Huidobro: -“Déjenlo, les dijo a mis detractores, Gonzalo es un loco que necesita cumbre”

Es que los locos somos hijos de Dios, pienso hoy en la reniñez de los ochenta. Si hay una palabra que he amado y sigo amando es la palabra nadie que ya andaba en Homero –“Nadie me ha herido”-. O en aquel Juan de Yepes, Juan de la Cruz, que sigue siendo el único poeta de fundamento para mí en el español inabarcable –páramo más páramo-, que empieza en Castilla y crece sigiloso hasta la Antártica.

Lo dijo alguna vez Paul Celan, poeta mío, y pudo también haberlo dicho Vallejo, ese otro gran balbuceante del misterio: “Alabado seas, Nadie”. Si hay una palabra que he amado y sigo amando es nadie. Porque, si somos polvo también somos enigma y de eso estamos hechos. Más claro: no me gusta hablar de lo inhablable, o inefable. Todo lo más, escribo líneas en el viento desde mi infancia, de izquierda a derecha pero también del otro lado porque todo es así, desde el momento que no hay cosa que no sea otra cosa. ¿Será a eso a lo que llamamos realidad? La poesía se adelanta y sus agujas marcan el vuelo de las aves. Tanto se habla de la abolición del yo, que dicho ocultamiento se ha hecho sospechoso de originalismo irrisorio.


De lo que escribe uno no sabe, dijo el ítalo-argentino Antonio Porchia, y ese sí que sabía. Ser nadie es aquél al que no se le ve la mano, como a Dios. Al otro, al que se oculta detrás de lo impersonal forzado, también se le ve la mano aunque la esconda.