martes, 12 de marzo de 2013

GASTÓN BACHELARD II




FRAGMENTOS DE LA POÉTICA DE LA ENSOÑACIÓN

¿Cómo puedo soñar mientras escribo? Son de la pluma los sueños. La página en blanco le da el derecho a soñar.

Todos los sentidos se despiertan y armonizan en la ensoñación creadora.
¿No perturbaríamos el dogmatismo si le preguntáramos al soñador si está bien seguro de ser el ser que sueña su sueño? Esa pregunta no perturbaba para nada a Descartes. Para él, pensar, ver, amar, soñar, es siempre una actividad del espíritu. Hombre feliz, estaba seguro de que era él, totalmente él, el que tenía pasiones y sabiduría. Pero un soñador un verdadero soñador que atraviesa por las locuras de la noche, ¿está tan seguro de ser él mismo? Lo dudamos. El sueño de la noche es un sueño sin soñador. Por el contrario, el soñador de ensoñaciones conserva bastante conciencia como para decir: Yo soy el que sueña la ensoñación, el que está feliz de soñarla, el que está feliz del ocio en el que ya no tiene obligación de pensar.

Tendremos que despertar en nosotros, mediante la lectura de los poetas, gracias, a veces a una única imagen poética, un estado de nueva infancia, de una infancia que va más lejos que los recuerdos de nuestra infancia, como si el poeta nos hiciera continuar, terminar una infancia que no se realizó totalmente, que sin embargo era nuestra y que, sin duda, en muchos casos, hemos soñado a menudo.

¿Quién soy? ¿Por qué estoy aquí? ¿Quién avala mi palabra para señalar el inicio de la senda? ¿Qué disciplina ilumina mi lectura en la noche del tiempo cómo frágil llama que parpadea? ¿Quién convoca, cuál es el mapa que le vamos a trazar a nuestros viajes? Preguntas para el lector despierto que intuye el engaño de los falsos profetas.

Al obligarnos a cumplir un regreso sistemático sobre nosotros mismos y un esfuerzo de claridad en la toma de conciencia, a propósito de la imagen dada por un poeta, el método fenomenológico nos lleva a intentar la comunicación con la conciencia creadora.
Queremos profundizar en la psicología del maravillarse. La imagen poética ilumina con tal luz la conciencia que es del todo inútil buscarle antecedentes inconscientes. La alegría de hablar se agrega en poesía al maravillarse. La poesía es uno de los más altos destinos de la palabra.

Fuimos varios durante ese ensayo de nuestra vida, en nuestra vida primitiva. Sólo hemos conocido nuestra unidad por los cuentos de los demás. Siguiendo el hilo de nuestra historia contada por ellos, terminamos, año tras año por parecernos. Reunimos todos nuestros seres en torno a la unidad de nuestro nombre.

A quien quiera soñar hay que decirle que empiece por ser feliz.

La infancia no abandona nunca su morada nocturna, a veces un niño viene a velar nuestros sueños.

La ensoñación teje en torno al soñador dulces lazos, que es una argamasa, que, en resumen, en toda la fuerza del término, la ensoñación “poetisa” al soñador.

Una poética de la ensoñación poética implicaría darle a cada lector de poemas una conciencia de poeta.

Los verdaderos bienestares tienen un pasado. Todo un pasado viene a vivir por el sueño, en una nueva casa.

En verdad, las palabras sueñan. El mantel, ese puñado de blancura, bastó para anclar la casa en su centro. En una imagen poética el alma dice su presencia. La poesía constituye a la vez al soñador y su mundo.

Se encontrarían mil intermediarios entre la realidad y los símbolos si se dieran a las cosas todos los movimientos que sugieren.

Toda infancia es fabulosa, naturalmente fabulosa. No porque se deje impregnar, como podría creerse fácilmente, por las fábulas siempre ficticias que se le cuentan y que sólo sirven para entretener al antepasado que cuenta. ¡Cuántas abuelas toman a su nieto por un tonto! Pero el niño pícaro atiza la manía de contar, las sempiternas repeticiones de la vieja narradora. La imaginación del niño no vive de esas fábulas fósiles, de esos fósiles de fábulas, sino de sus propias fábulas. El niño encuentra sus propias fábulas, que no le cuenta a nadie, en su propia ensoñación. Entonces la fábula es la vida misma.

El niño se siente hijo del cosmos cuando el mundo de los hombres lo deja en paz.

Hay comunicación entre un poeta de la infancia y su lector mediante la infancia que dura en nosotros.

La infancia está en los orígenes de los mayores paisajes. Nuestras soledades de infancia nos han dado las inmensidades primitivas.

La belleza primera fue tan fuerte que si la ensoñación nos devuelve a nuestros más queridos recuerdos, el mundo actual resulta totalmente descolorido.

La apertura hacia el mundo de la que se valen los filósofos, no son sino una reapertura del mundo prestigioso de las primeras contemplaciones.

Por los sueños las diversas moradas de los días antiguos evocando los recuerdos de la casa sumamos valores de sueño; no somos nunca verdaderos historiadores, somos siempre un poco poetas y nuestra emoción tal vez sólo traduzca la poesía perdida. En los poemas, tal vez más que en los recuerdos llegamos al fondo poético de la casa.

La casa natal está físicamente inscrita en nosotros. La infancia. Es ciertamente más grande que la realidad. Por ésta infancia permanente conservamos la poesía del pasado. Habitar oníricamente la casa natal, es más que habitarla por el recuerdo, es vivir en la casa desaparecida como la habíamos soñado.

Por lo tanto tiene sentido decir que se “escribe un cuarto”, se “lee un cuarto”, se “lee una casa” los valores de la intimidad son tan absorbentes que el lector no lee ya nuestro cuarto: vuelve a ver el suyo ya marcha a escuchar los recuerdos de un padre, de una abuela, de una madre, de una sirvienta, de “la sirvienta de gran corazón”, en resumen, del ser que domina el rincón de sus recuerdos más preciados.

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