martes, 29 de septiembre de 2015

GEORGES BATAILLE 3



LA POESÍA ES SIEMPRE EN CIERTO SENTIDO
UN CONTRARIO DE LA POESÍA

Creo que la miseria de la poesía queda reflejada fielmente en la imagen que da Sartre de Baudelaire. La poesía lleva inherente la obligación de hacer una cosa fijada por una insatisfacción. La poesía, en un primer impulso, destruye los objetos que aprehende, los restituye, mediante esa destrucción, a la inasible fluidez de la existencia del poeta, y a ese precio espera encontrar la identidad del mundo y del hombre. Pero al mismo tiempo que realiza un   desasimiento, intenta asir (captar) ese desasimiento. Y lo único que le es dado hacer es sustituir el desasimiento a las cosas asidas (captadas) de la vida reducida: no puede evitar que el desasimiento pase a ocupar el lugar de las cosas. En este plano experimentamos una dificultad similar a la del niño, libre a condición de negar al adulto, pero que no puede lograrlo sin convertirse a su vez en adulto y sin perder en consecuencia su libertad. Pero Baudelaire, que jamás asumió las prerrogativas de los maestros, y cuya libertad garantizó su insaciabilidad hasta el final, no por eso tuvo que dejar de luchar con esos seres a los que se había negado a reemplazar. Es cierto que se buscó a sí mismo, que no se perdió, que no se olvidó jamás y se contempló contemplar; la recuperación del ser fue indudablemente, como vio Sartre con lucidez, el objeto de su genio, de su tensión y de su impotencia poética. Hay indudablemente en el origen del destino del poeta una certeza de unicidad, de elección, sin la cual la empresa de reducir el inundo a sí mismo o de perderse en el mundo, no tendría el sentido que tiene. Sartre ve en ella la tara de Baudelaire, resultado del aislamiento en que le dejó el segundo matrimonio de su madre. Es ese "sentimiento de soledad, desde mi infancia", "de destino eternamente solitario" del que ha hablado el mismo poeta. Pero Baudelaire ha dado esa misma visión de sí en el enfrentamiento con los demás, al decir: "Siendo muy niño, experimenté en mi corazón dos sentimientos contradictorios, el horror a la vida y el éxtasis ante la vida." Nunca se insistirá bastante en la certeza de irreemplazable unicidad que se halla en el origen no sólo de la genialidad poética (que Blake consideraba el punto común, el punto por el cual son semejantes todos los hombres) sino en el origen de cada religión (de cada iglesia) y de cada patria. Es muy cierto que la poesía responde siempre al deseo de recuperar, de fijar en forma sensible desde fuera, la existencia única, hasta ese momento informe y que sino no sería sensible más que desde el interior de un individuo o de un grupo. Pero es dudoso que nuestra conciencia de existir no lleve necesariamente aparejado ese valor engañoso de unidad: el individuo lo experimenta tanto en su pertenencia a la ciudad, a la familia o incluso a la pareja (como por ejemplo, según Sartre, Baudelaire de niño, ligado en cuerpo y alma a su madre), como en su experiencia personal. En particular, éste es el caso, en nuestros días, de la vocación poética que conduce a una forma de creación verbal en la que el poema es la recuperación del individuo. Se podría decir por tanto del poeta, que es la parte que se toma por el todo, que es el individuo que se comporta como una colectividad. Hasta el extremo de que los estados de insatisfacción, los objetos que decepcionan, que revelan una ausencia, son en cierto modo las únicas formas en que la tensión del individuo puede recuperar su falaz unicidad. La ciudad puede, más o menos, lograrla en sus movimientos, pero lo que la conciencia aislada debe hacer y puede hacer, tendrá que realizarlo "sin poder". Por más que Sartre diga de Baudelaire: "su más preciado anhelo es. Ser como la piedra, la estatua, en el reposo tranquilo de la inmutabilidad", por más que nos muestre al poeta ávido por extraer de las brumas del pasado alguna imagen petrificable, el hecho es que las imágenes que Baudelaire ha dejado, participan de la vida abierta (infinita según Sartre" en sentido baudelariano), es decir, insatisfecha. Por tanto es engañoso decir que Baudelaire quería la imposible estatua que no podía ser, si no se añade además que Baudelaire no quería tanto la estatua como lo imposible. Es más razonable - y menos respectivo- "partir de ésto" para intentar entender los resultados del sentimiento de unicidad (de la conciencia que tuvo Baudelaire desde niño, de ser, él sólo - sin que nada pudiera aligerarle el peso- el éxtasis y el horror de la vida; y todas las consecuencias: "esta vida miserable..."). Pero Sartre tiene razón al afirmar que Baudelaire quiso lo que nos parece inalcanzable. Lo quiso al menos como es fatal querer lo imposible, es decir: en cuanto tal, con firmeza y, bajo su forma de quimera, engañosamente. De ahí su vida sollozante de dandy ávido de trabajo, hundido amargamente en una ociosidad inútil. Pero como - según el propio Sartre confiesa- estaba equipado con una "tensión innegable", supo sacar de una posición equívoca todo el partido posible: un movimiento perfecto de éxtasis y de horror entremezclados confiere a su poesía una plenitud, mantenida sin debilidad, en el límite de una sensibilidad libre, una atmósfera enrarecida, una esterilidad agotadoras, que colocan a Sartre en una posición incómoda: la atmósfera de vicio, de rechazo, de odio, responde a esta tensión de la voluntad que niega - lo mismo que el atleta niega el peso de la haltera - la coacción del Bien. Es cierto que el esfuerzo resulta vano, que los poemas en los que ese movimiento se petrifica (los que reducen la existencia al ser) convierten al vicio, al odio y a la libertad infinitos, en las formas dóciles, tranquilas e inmutables que conocemos. También es verdad que la poesía que pervive es siempre lo contrario de la poesía, ya que, siendo su fin lo perecedero, lo transmuta en eterno. Poco importa que el juego del poeta, cuya esencia es unir con el sujeto el objeto del poema, lo una con un poeta decepcionado, humillado por un fracaso, e insatisfecho. De tal suerte que el objeto, el mundo, irreductible, insubordinado, encarnado en las creaciones híbridas de la poesía, traicionado por la poesía, no lo esté por la vida inviable del poeta. Sólo la larga agonía del poeta revela acaso, al final, la autenticidad de la poesía, y Sartre, diga lo que diga, ayuda a no dudar de que su fin, anterior a la gloria (que hubiera sido la única que le habría podido cambiar en piedra), respondió a su voluntad: Baudelaire quiso lo imposible hasta el límite.


(de LA LITERATURA Y EL MAL) 

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