La imagen de aquel Libro
de Arena sin principio ni fin podría aspirar a describir la obra de
Saint-John Perse: a despecho de cambios y variaciones, su poesía es
la misma desde "Imágenes para Crusoe", que escribió en
1904, hasta "Canto para un equinoccio", publicado en 1971.
Abiertas en cualquier parte sus Oeuvres complètes (Bibliothèque
de la Pléiade, 1972), siempre serán tan nuevas como el asombro que
producen.
Silenciosamente como había vivido, Saint-John Perse
murió el 20 de septiembre de 1975. Podemos aplicarle sin riesgo un
calificativo que abaratamos al dilapidarlo: un gran poeta, el mayor
de este siglo para algunos con derecho a ser oídos porque se llaman
T. S. Eliot o Giuseppe Ungaretti.
Perse es un poeta
latinoamericano: nació en el Caribe recreado por Carpentier en El
Siglo de las Luces. El 31 de marzo de 1887 abrió los ojos en la
isla de Saint-Leger-les-Feuilles, propiedad de su familia, cerca de
Guadalupe, Antillas francesas. Criollo en el sentido novohispano del
término, Alexis Saint-Leger Leger proviene de otro paraíso de los
colonos e infierno para los colonizados, un lugar de encuentro de
civilizaciones: americana, europea, africana, asiática. No regresó
nunca pero la presencia del Caribe y el sentimiento de orfandad y
exilio por haber perdido un mundo que fue el suyo lo acompañaron
siempre.
En Elogios, que André Gide le publicó en
1911, Perse celebra su infancia, habla de la isla que sería idílica
si no supiéramos el precio en sufrimiento humano que exige el
colonialismo; fija una niñez poblada por la imaginería de
los tristes tropiques que pagaron la Bella Época europea y
norteamericana.
Aquel joven trasladado a Europa, que de algún
modo iba a ser en su obra el enlace entre los poetas videntes
del XIX y los surrealistas del XX, se salvó de ir al
matadero en que sucumbió su generación. A principios de 1916 fue a
China como diplomático. Viajó por el Tibet, el desierto del Gobi,
los mares del Sur. En 1924 publicó Anábasis, ya con el
nombre de Saint-John Perse pues Saint-Leger se había convertido en
el segundo de Aristide Briand en el Ministerio de Asuntos
Extranjeros: la política exterior de Francia no podía estar en
manos de alguien dedicado a un oficio tan poco respetable socialmente
como el de escribir poemas.
Nada era semejante a Anábasis en
la poesía europea de ese momento. Perse hablaba en el francés más
elegante pero en él había ecos de los poetas que aparecieron con la
invención del alfabeto y su voz era la de un bárbaro, alguien que
definitivamente no miraba al mundo desde París. Anábasis deslumbró
a los pocos capaces de conseguir el breve cuaderno. Eliot lo tradujo
dos veces. En español Perse encontró muchos buenos traductores y
uno excepcional que fue el mejor intérprete de toda su obra: el
poeta colombiano Jorge Zalamea. (Este Material de Lectura quiere
ser también un mínimo homenaje a él.)
El poeta se vio
obligado a callar públicamente mientras el diplomático negociaba
los acuerdos de Locarno, el pacto franco-soviético, la entrada de
la URSS en la Sociedad de las Naciones y, en la conferencia
de Munich, se oponía en vano a la política de apaciguamiento que
dejaba sucumbir a la República española y entregaba a Hitler el
dominio de Europa.
Cuando los nazis entraron en París,
Saint-Leger renunció y se exilió en los Estados Unidos antes que
colaborar con el gobierno de Vichy. Pétain lo despojó de su
nacionalidad francesa; la Gestapo allanó su departamento y quemó
los tres libros escritos por Saint-John Perse durante los años en
que no publicó nada.
En Washington sobrevivió como asesor de
la Biblioteca del Congreso. El diplomático quedó abolido, se
mantuvo únicamente el poeta. Fue su etapa más fecunda: de 1941 a
1946 Exilio, Lluvias, Nieves, Poema a la extranjera,
Vientos. Once años después Amers, ("Marcas"",
"Señales en el mar", pero también y como es obvio
"Amargos"). En 1960, el año en que recibió el Premio
Nobel, Crónica, poema de la vejez. En 1972, Pájaros. Fuera
de algunas composiciones sueltas, cartas y textos de homenaje a otros
escritores y artistas, ésta es toda la obra de Saint-John
Perse.
Jamás leyó sus poemas en público ni participó en
mesas redondas: hizo una breve aparición la noche en que recibió el
Nobel. Allí dijo: "La poesía se niega a disociar el arte de la
vida y el amor del conocimiento. Es acción, poder, innovación que
desplaza los límites... La oscuridad que se le reprocha no le es
consustancial. Lo propio de la poesía es iluminar..."
¿De
qué trata la obra de Perse? Él mismo dio la respuesta: "Pero
es del hombre de quien se trata, de su presencia humana."
Leerla es como observar las olas que se rompen contra la escollera.
Un espectáculo que de tan fascinante puede resultar abrumador. Este
gran poeta no escribió versos: sus formas fueron el poema en prosa
(que Baudelaire consideró la expresión del mundo moderno) y el
versículo, la forma de una sociedad primitiva en que el asombro ante
la materia lleva a deificarla y el sol se convierte en dios dador de
la vida.
Dios está ausente de esta épica/crónica/tragedia,
relatada (cantada) por un espectador que habla desde una eternidad a
ras de tierra, no cede a la angustia, expresa su confianza en los
seres humanos que habitan un mundo en descomposición y renovación
incesantes; en la humanidad que permanece cuando todo —nieves,
lluvias, vientos, señales en el mar— se ha evaporado.
Su
poesía crece con la naturalidad majestuosa de un gran árbol del
trópico y mira la corriente de la historia en su fluir perpetuo:
guerras, conquistas, imperios, exilios, rebeliones. Se refiere a la
sociedad actual como si estuviera en el alba de las comunidades
humanas y a los primitivos como si fuesen nuestros contemporáneos.
Su visión es planetaria, es la mirada abarcadora de un poeta nacido
en una isla sudamericana, fiel a la utopía que junto a la violencia
explotadora fundó este nuevo mundo. Sin decirlo Perse nunca renuncia
al anhelo de una sociedad menos injusta y desdichada que la nuestra.
Su interminable alabanza de la Tierra no le impide ver que el hombre
marcha siempre y edifica; cree que la historia ha llegado al lugar de
su quietud, pero al plantar el árbol que de sombra a sus
construcciones pone la semilla de la raíz que cuarteará el muro; en
su bagaje lleva las termes que carcomerán sus palacios. La ciudad
será ruina, morada del desierto y de la vegetación devoradora. A lo
lejos la nueva caravana proyecta su sombra en las arenas. Nada
perdura, sí, pero tampoco nada detiene el peregrinaje en busca de la
Ciudad Justa.
Perse escribió que el objeto más hermoso del
mundo era el cráneo de cristal de roca que preside como una deidad
subterránea la sala azteca del Museo Británico. Acaso cuando
nuestra civilización sea polvo y ceniza como lo es ahora el mundo de
Moctezuma, la poesía de Saint-John Perse será ese cráneo de
cristal de roca pulido por las tempestades y los siglos, invulnerable
en su enceguecedora fijeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario