miércoles, 23 de marzo de 2016

LOS POETAS SURREALISTAS ARGENTINOS



Entrevista a MARÍA MELECK VIVANCO:
por RAÚL HENAO

La gravitación de la poesía surrealista francesa en los poetas latinoamericanos de comienzos y mediados del siglo pasado, fue la del paso de un astro imprevisible y tornasolado. Un encuentro fortuito (y no una seducción) del orden de aquellos “bello como (...)” receta mágica y encantatoria que patentara como de su exclusividad el Conde de Lautréamont, para refrendar en adelante el uso de las imágenes poéticas más insólitas o arbitrarias, los amores menos ortodoxos o convencionales, el humor más negro o absurdo... enmarcados en el espacio de una ética y estética rigurosas y en prosecución de lo absoluto.

Hay que anotar sin embargo, un cambio ocurrido en la manera de entender el surrealismo en su versión iberoamericana a partir del marco y los derroteros conceptuales que le trazara el poeta y profesor rumano Stefan Baciu en su famosa Antología de la poesía surrealista latinoamericana (Ediciones Universitarias de Valparaíso, Chile, 1981) hasta la muy reciente aparición del excelente ensayo antológico O Começo da Busca (El comienzo de la Busca. Escrituras Editora, Sao Paulo, 2001); más en consonancia con los deseos y expectativas que abrigaba a este respecto el propio André Breton, tres años antes de su muerte (ver Perspective Cavaliére. La Breche No.5. Octubre de 1963) Y donde Floriano Martins, a través de la obra emblemática de doce poetas modernos, representativos de esta tendencia en Iberoamérica (algunos de ellos tildados de parasurrealistas por Baciu) nos invita a retomar –o mejor, a rescatar- la vigencia nunca prescrita de una poesía de factura onírica e irracional, a la que cierta crítica universitaria o académica viene descalificando como contraria a la idiosincrasia de una supuesta, imprecisa, identidad latinoamericana.

He querido pues, en esta entrevista con María Meleck Vivanco (concebida un poco en la tónica del Solo a dos voces de Octavio Paz y Julián Ríos) recrear en alguna medida la atmósfera y el entorno biográfico que – alrededor de la revista A partir de O, y el año 1952 – identificaba al primer grupo surrealista argentino fundado por Aldo Pellegrini, el espléndido, admirable poeta de La valija de fuego (Editorial Argonauta. Buenos Aires. 2001)... Un poeta desde todo punto de vista capital en el contexto de las letras hispanoamericanas, que ha tenido que esperar casi treinta años luego de su muerte, para ver reunida (y reeditada) su obra poética completa.

Quiero finalmente agradecerle a María Meleck su paciencia y generosidad al responder las preguntas de este cuestionario generacional que sólo de modo incidental alude a su propia poesía. Porque hay que decir que la poesía de María Meleck Vivanco ilustra como pocas en la actualidad aquella entrega a lo maravilloso que apenas se desvela a campo traviesa de la cordura y el sentido común, adentrándonos en lo profundo del bosque hasta la guarida del lobo de la ternura y el amor loco.

RH - María Meleck, en alguna de tus reseñas bio-bibliográficas se afirma que naciste en el Valle de San Javier (de Tras las Sierras) y en otras en Villa Dolores. Córdoba. Por pura coquetería o reticencia muy femeninas, no figura la fecha de nacimiento. ¿Quieres hablarnos de esta primera etapa de tu vida? ¿Cómo fue, por ejemplo, tu primer encuentro con la poesía?

MMV- Deseo aclarar el dilema de mi nacimiento. Fue en la provincia de Córdoba al Oeste, en el valle de San Javier (tras las sierras de Comechingones). Con un entorno de pequeñas cordilleras y montes poblados de inagotable riqueza natural, que culminan con el majestuoso pico Champaquí, de 2700 metros sobre el nivel del mar. El valle, mi amado terruño, mi chunka, se haya cubierto por un monte áspero, de una vegetación achaparrada y espinosa donde viven alimañas arcaicas. Lagartos, escorpiones, matuastos, quitilipes, y aves de rapiña. También pumas y cóndores con extraños nombres heredados del habla Inca del Alto Perú, la cual endulza singularmente el acento español de los conquistadores y acrecienta nuestra devoción hacia lo vernáculo, con la historia sagrada de sus dioses legendarios.
La no-aclaración de la fecha de mi nacimiento, tiene dos connotaciones. La primera se debe, si, a mi coquetería femenina, justificable creo, más allá de los 50, cuando empieza a irritarnos el tema como humanas que somos. La segunda, es que siempre pensé, que al inventar el calendario, el hombre selló un pacto con el diablo. Se obligó a mentirse a sí mismo, pues la medida del tiempo es una falacia. Los universos son infinitos y sucesivos en el cosmos, y ruedan en círculos sin principio ni fin, en órbitas que giran sobre sí mismas. Núcleos vertiginosos que pueden referirse con mucha aproximación a la eternidad, donde ya el tiempo se aquieta y permanece inmutable.
Mi encuentro con la poesía coincidió con las primeras impresiones de la naturaleza en mi ser. Huellas nítidas de un territorio fascinante, sensual, intenso, que fluía con sobresaltos, belleza despiadada y algunos terrores. Por ejemplo, la creciente avasallante e imprevista de los arroyos, el fantasmal deshojamiento de los árboles, los botones de oro alfombrando la superficie de las aguas, remolinos en transparentes remansos con flores muy extrañas que exigían de la niña su contemplación. En los despeñaderos, las tormentas con truenos de piedras que alucinaban mi fantasía. Los gusanos de seda que guardaba en cajas de zapatos y que perforaban con sus mariposas el capullo impoluto, haciendo inútil su comercialización. Las libélulas amarillas del alfalfar que yo tomaba y soltaba con mis dedos delicadamente, pero que en los laboratorios agonizaban en ataúdes de cuarzo. Sus frágiles cuerpos pinchados con alfileres sin que yo pudiera protegerlos, herían mi alma hasta la desesperación. Por otro lado, veía también pesados carros colmados de troncos transitando lentamente hacia la usina del pueblo, sus hacheros rústicos, sus mulas exhaustas. Los hombres se apeaban para meter más alcohol en sus gargueros quemados.
Hablaré aquí de la pequeña ciudad aldea de Dolores, donde cursé mis estudios. De esa comunidad pacata que no permitía mi libertad intransferible, y que no aceptaba mi visión diferente de las cosas. Ella terminaría segregándome, convirtiéndome en una cómplice solitaria que disfrutaba del aislamiento. La niña que escribía sus primeros versos en una pizarra escolar, a orillas de las acequias, sobre las raíces expuestas de los sauces llorones, de los álamos y de los grandes mimbres.
Ya entonces empezaba a enamorarme del lenguaje abstracto con las imágenes irreverentes que constituirían mi atmósfera, mi propia respiración.
En la biblioteca de mi padre, tuve acceso a escritores como Víctor Hugo, Rubén Darío, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Delmira Agustini, Almafuerte, etc. Pero nada me apasionaba más que leer al escritor colombiano José María Vargas Vila. Sus libros Aura o las Violetas, Ibis, Rosas de la tarde, Flor de Fango, me enloquecían. Autor muy prohibido en esa época, tenía que esconderme para devorar sus imágenes sensuales de alto voltaje que funcionaban de maravillas en mi incipiente libido y que me hacían sentir que era mujer apta para el amor, que estaba viva.
Los compañeros de colegio no me participaban de sus juegos ni de sus confidencias, salvo raras excepciones, pero los maestros me amaban, convocándome para discursos y homenajes, pues se sentían felices con el mensaje tan volado de mi escritura.

RH – En su estupenda autobiografía Sólo contra Dios no hay veneno, el poeta Francisco Madariaga te describe como “una bellísima cordobesa de largas trenzas (...) excelente poeta”, novia de uno de sus amigos y condiscípulo: Telo Castiñeira de Dios. Y agrega que por ese tiempo, residías “en una pensión de la calle Piedras 252” donde coincidencialmente también vivían el poeta Enrique Molina y su mujer Susana. A renglón seguido nos habla de los encuentros y reuniones en los restaurantes EL Globo y El Robino , éste último un auténtico fortín radical y socialista. Eran los años 1948 o 1952. ¿A qué poetas conoces primero, a tu llegada de la provincia cordobesa?

MMV- Llego a Buenos Aires en el 1943, atraída por la presencia de mi entrañable amiga Ana Teresa Fabani (Tete), una singular poeta entrerriana de mi generación, gravemente enferma de tuberculosis, y que fallece luego en el 45, dejando un único y excepcional libro titulado Nada tiene nombre. Versos enlutados, estremecidos, dolientes, de una penetración pavorosa. En su departamento me presentaron al poeta Alfredo Martínez Howard, y éste me instala en el primer grupo surrealista. Allí conozco a Enrique Molina, Carlos Latorre ( el Chino), Francisco Madariaga ( Coco o “el Gitanito”), a Telo Castiñeira de Dios, a Alfonso Sola González, y a otros paralelos al movimiento como Olga Orozco, Javier Villafañe; un cachorro de periodista, Jacobo Tímerman, que llegó a ser director y propietario del diario La Opinión, el matutino que ofreció más espacio a la cultura en todas las épocas y que sufriera vejaciones durante el cruel proceso militar.
Más adelante, el grupo se aproxima ( 1945 y 46) a Aldo Pelegrini, Oliverio Girondo y su mujer Norah Lange. Podría hacer un libro con las famosas anécdotas insólitas y muy divertidas que se generaban noche tras noche en nuestra exaltada bohemia. El principal lugar de reunión, era el restaurante Robino , (años 46, 47 y 48) situado en Ángel Gallardo y Corrientes, a una cuadra del tranvía 5 que tomábamos invariablemente para regresar a nuestros lugares de madrugada y en patota. Allí se hablaba de radicalismo, socialismo y también de política de ultra izquierda. Éramos como revolucionarios líricos fascinados por la figura emblemática de Trotsky y admirábamos profundamente al surrealismo francés de Bretón y sus manifiestos. Pero también tarareábamos viejos tangos nostálgicos, memorizando sus letras de total poesía. Comíamos por monedas, abundante y sabroso. Bebíamos tintillo por demás con interminables débitos y la paciencia leal y generosa de esos gallegos dueños del negocio, tan delirantes que se habían convertidos en compinches de los jóvenes intelectuales de la noche porteña.
Los años 45, 46 y 47 fueron de alocada bohemia. En el 48, ya finalizado mi noviazgo con Telo, conozco en un recital de Neruda, León Felipe, Nicolás Guillén y Rafael Alberti con su esposa Teresa de León al que fue mi marido durante más de 30 años, hasta su fallecimiento en 1981. Se trataba del exitoso rematador Luis Guaraglia. Me caso con él y años después nacen mis hijos: Luís Alejandro, que eligió ser médico y Juana, escritora y periodista que reside en Uruguay.
A partir del 50, afiancé más mi relación con Olguita Orozco y nos juntábamos en confiterías del centro o en boliches del bajo Alem, próximos al río, a charlar de todo, hasta de literatura. Intercambiábamos pimpollos de rosas y cartas de colores con improvisados poemas, en un marco de chispeante humor y abundante alegría.
Ya existían las revistas de Molina y Pellegrini Letra y Línea y A partir de 0, y después vinieron otras más, tan machistas como sus creadores, que poseían una cierta elegante displicencia a la hora de incluir nombres de féminas en sus páginas. Parecía que las mujeres éramos valiosas y necesarias sólo a la hora de hacer el amor o de colocar compresas de agua fría en sus sienes pensantes (éstas representan mis tardías deducciones y no hallo otra explicación posible).
En ocasiones, Olga se acompañaba con su pareja José María Gutiérrez, ya fuera en el Chamberi de la calle Córdoba o en el boliche de La Fantasma de Paseo Colón, con el abigarrado núcleo de amigos poetas de siempre, donde Oliverio acomodaba una y otra vez su poncho criollo y Pellegrini entrecerraba sus ojos luego de una guardia brava durante la noche anterior.

RH- Aldo Pellegrini {Rosario, Santa Fé, 1903 –1973) fue el fundador del “primer grupo surrealista de habla hispana y seguramente del primer grupo surrealista en un idioma distinto al francés”, según sus propias palabras... que a partir del año 1928 publica sucesivamente las revistas Que (1928 y 1930) Ciclo (1948) A partir de O (1952 –1953 ), Letra y Línea (1953 – 1954) La rueda (1967), etc. ¿Cómo fueron tus relaciones con Pellegrini que al igual que tu, era médico de profesión; con el fabuloso poeta, ensayista, crítico de arte, editor, traductor, antólogo de la famosa, canónica, Antología de la poesía surrealista francesa y de las Obras completas del Conde de Lautréamont?.

MMV - La figura patriarcal de Aldo Pellegrini y su sentido del humor, lo conectaban rápidamente con sus “amorosos pacientitos”, como él los designaba. Era querido hasta por las piedras, como dijera mi madre. Su sabiduría y su humildad trascendieron tanto como la multiplicidad de sus talentos. Fue ecléctico en el poema, en la plástica y su crítica y en el ensayo. Dejó poca obra editada, sus poemas aún hoy permanecen bastante desconocidos por las nuevas generaciones. Su libro póstumo Escrito para nadie fluye espontáneo, como por una delicadeza emanada de un cause críptico, misterioso. Decía las cosas más terribles sin elevar su voz y quemaba con el sólo susurro. Parecía una música apasionada y secreta.
Nuestra relación, más que profesional fue entrañable en los encuentros y cruzamientos de amistad entre colegas de una misma tribu que se amaron y se respetaron siempre.
Yo no soy médica. Estoy doctorada en Kinesiología, rama de la medicina que trata de la reeducación y rehabilitación física en músculos, huesos y sistema nervioso.

RH- Desde 1979 a 1984 el año de su muerte, sostuve una nutrida correspondencia con el poeta Juan Antonio Vasco. Entre las muchas deferencias que tuvo conmigo, le merecí la de enviarme los originales, por esa fecha todavía inéditos, de Escrito para Nadie, el último libro de A. Pellegrini. Hice los trámites correspondientes para publicarlo en Medellín, pero las circunstancias no fueron favorables y la edición fracasó. ¿Conociste a Vasco, afectado por una terrible enfermedad que progresivamente lo llevó a la parálisis total, pero que sin embargo, jamás consiguió doblegar su voluntad, su entereza sobrehumana, ya que nunca manifestó por escrito una queja o un reproche respecto a su dolorosa condición?

MMV - A Juan Antonio Vasco, lo conocí ya postrado en 1979/80 por una grave enfermedad. No obstante tenía un vigor intelectual notable y una ternura a flor de piel que a menudo humedecía el brillo de sus ojos. Era como un sol, un fuego llegado de la selva venezolana, arrasando con bellísimas metáforas de singular fuerza, siempre con su mitad de patria a cuesta. Repartía poesía inédita con total generosidad, no le corría prisa por su publicación. No le interesaba trascender. Era un joven gran señor que estaba muy lejos de las pequeñas miserias y su aporte al surrealismo fue importantísimo.
Solía decir: Un libro de poesía se sostiene con las cuantiosas preseas del amor, la intransferible utopía y la libertad.

RH- Fuiste amiga personal de Juan José Ceselli “Uno de los más grandes poetas surrealistas argentinos” al decir de Carmen Bruna. En realidad, se trata del poeta más enigmático o secreto del grupo de Pellegrini, con una visión gnóstica y profética del mundo actual. Por una cruel paradoja Ceselli fue “desconocido” sistemáticamente en vida (ni siquiera se le incluyó en la medular Antología de la poesía surrealista latinoamericana del rumano Stefan Baciu, donde, en cambio, si figuran la generalidad de los integrantes del grupo surrealista argentino) y parece que hasta sus escritos inéditos, que el delegara en manos de algunos amigos cercanos, se perdieron. ¿Podrías hacer para los lectores de la presente “entrevista” una semblanza del poeta de La Selva 4040?.

MMV - Juan José Ceselli, apareció en mi vida unos años antes de su muerte. Corría el 1978 y él había participado como jurado en el Premio Municipal, donde yo presenté mi libro Plaza Prohibida (el único que escribí con neta inspiración social) y que aún permanece inédito.
Ceselli consideró injusto que por un voto perdiera el 1er Premio y obtuviera el 2do. Le parecía “deplorable” que (según sus palabras), “una vulgar antologista, ni siquiera poeta me hubiera birlado el 1er puesto mediante una astuta trenza, como se dice por estos lados.
En fin, este lamentable episodio sirvió para conocernos personalmente. Él trató como de reparar la omisión con una mesa de vinos y de flores, homenajeándome en su humilde casa de Selva 4040. Allí fui convocada por su psicóloga de cabecera. Nos abrazamos fuerte y brindamos por la bien amada Poesía.
Lo ví unas veces más, alejados nuestros pensamientos de su irreparable final. Pero fracasamos como niños ilusos. Fuimos vencidos por la adversidad. Fue imposible herir de muerte a la insaciable muerte.
El desconocimiento de su personalidad literaria, su no-inclusión en la Antología de Stefan Baciu, fueron maniobras intencionadamente arteras e injustas. Pero no olvidemos que como él, algunos otros buenos escritores quedaron en el camino, como piedras vivas más valiosas que nombres desteñidos a la hora del Juicio Final, que también lo habrá para los poetas que transitaron por este mundo miserable y controvertido.
Su obra póstuma se diluyó en manos anónimas de supuestos amigos, sin que hasta la fecha se lograra ninguna explicación. Pareciera que el mismo Ceselli quiso que la arrastrara el viento y se repartiera salvajemente entre ladrones de luz y náufragos de bergantines piratas. Lo profetizó hasta su último cumplimiento. Fue como una bala terrible rozando la inviolada eternidad.
Ahora su residencia se haya en la Memoria Perfecta, donde la lujuria estalla como una semilla inocente, la sombra no oscurece y los dioses son siempre misericordiosos.

RH- En el transcurso del II Congreso de Escritores de Lengua Española, realizado en Caracas, Venezuela, el año de 1981, tuve la oportunidad de leer un resumen de mi ponencia: Identidad de la poesía surrealista latinoamericana, en una mesa que compartía con Severo Sarduy, Roberto Juarroz y Enrique Molina. A Roberto Juarroz ya lo conocía con anterioridad porque vivió uno o dos años en Medellín, donde fue profesor en la Escuela de Bibliotecología de la Universidad de Antioquia... pero a Enrique Molina sólo lo vine a conocer en esta oportunidad y confieso que me sorprendió literalmente. Creo que después de Borges, era el único poeta argentino que reunía todos los requisitos para que se le otorgara el Premio Nóbel, por la intensidad y el esplendor verbal de su obra poética. Aparte de eso, era un ser humano plenamente logrado, que conjugaba en su persona la inocencia y el candor de un niño. Era un “niño viejo” como el chino Lao Tse, que por eso mismo podía permitírselo todo, hasta la arbitrariedad de oficiar como jurado en un concurso de poesía auspiciado por la coca-cola , hecho que suscitó las iras jacobinas (hay que admitir que un poco trasnochadas) del grupo surrealista porteño Signo Ascendente ¿Cuándo conoces a este poeta de trascendencia iberoamericana?.

MMV - Hurgo en mis recuerdos de la calle Piedras al 252. Y aparece como en sueños del fondo del paisaje la presencia angelical con una pizca de malicia del querido Enrique Molina y de Susana, su adorable compañera. Ambos cordiales, sonrientes, precozmente encanecidos, él tatuado de pies a cabeza, sus figuras erguidas, jóvenes y bellas. Habitábamos en una misma pensión. Yo con mi novio de entonces, Telo Castiñeira de Dios en una pieza del segundo piso, en un casi palomar donde éramos vecinos inmediatos, y donde su dueña, doña Rosa, discriminaba en su media tonada rusa, antipatías y simpatías hacia sus inquilinos, y lo manifestaba sin pelos en la lengua. Yo gozaba, quizá por ser una muchacha muy sociable, afectuosa y desinhibida de su cargoso cariño, pues como era analfabeta, la ayudaba a facturar las habitaciones en alquiler.
Como con Enrique y Susana éramos vecinos de pared por medio, teníamos pequeñas ventanas paralelas que daban a la calle. Desde allí, nos pasábamos comida, monedas y poemas, estirando el cuerpo y los brazos como artistas de un valet aéreo.
Enrique me contó que había nacido en las sierras de Tandil. Al sur de la provincia de Buenos Aires, y divagaba sobre los veleidosos comportamientos de la piedra movediza antes de su caída al abismo. La cuestión es que hace poco leí una biografía suya que lo hacía nacer en la Mesopotamia y me cuentan unos amigos que también figura como porteño.
En fin, lo importante no es dónde sino que haya nacido entre nosotros este enorme poeta, marinero raso, que abandonó su flamante título de abogado para embarcarse una y otra vez comenzando por la costa peruana y luego en las lujosas islas del Caribe. Se confesaba, desde adolescente enajenado por estas aventuras marinas.
Era parco al hablar y bastante silencioso. De modales suaves y contenidos. Seductor nato con las mujeres de todas las edades, razas y condiciones sociales, las que zumbaban a su alrededor como moscas en un panal de lechiguanas. Pienso que todas simultáneas o alternativas, conocían sus infidelidades, y se las permitían, procurando que la sangre no llegara al río. Lo que me queda misterioso es el porqué de este borramiento de los celos que son una cosa sana y natural en toda relación de pareja ¿se trataba de un barón irresistible? ¿Dónde estaba la clave? ¿O con la lectura cálida de un hermoso poema conseguía su objetivo? Sin embargo, sus amores con Olga Orozco, me consta que duraron toda la vida y que fueron terriblemente apasionados.
Coincido que su obra mereció el Premio Nóbel de poesía y que fue ingrato no concedérselo Pero según la Biblia, es imposible tapar la luz del sol con un harnero. Sus rayos traspasaron las prebendas, las “trenzas” amistosas o utilitarias, las políticas de turno, etc. iluminando inevitablemente.
Para mí, su voz fue la más importante del siglo 20 en la poesía argentina.

RH- Nos falta hablar de Carlos Latorre y Julio LLinás, el último integrante todavía vivo del ya mitológico grupo surrealista argentino. ¿Qué recuerdo significativo guardas de estos poetas?

MMV - Carlos Latorre ( El Chino), junto a “El Gitanito”, (apodos creado por mi fantasía), Francisco Madariaga, fueron la dupla más apegada a mi corazón en una hermandad sin concesiones, trillizos en el espíritu y univitelinos de una sola placenta. Nos unía la misma pasión irrenunciable: la Poesía.
Con Carlos éramos vecinos y estábamos continuamente en contacto, intercambiando libros raros y mensajes esotéricos durante los años que pasé en casa de Alfredo Martínez Howard, en el característico barrio de Villa del Parque, pegado a las vías del tren. Era viril, activo, sus ideas chisporroteaban y no era fácil seguir su discurso rápido, medular y muy elocuente. Ya estaba reconocido como autor de teatro, guionista, conductor en programas culturales de radio y en la incipiente publicidad comercial de esa época (corrían los años 43, 44 y 45). Recién empezaba a escribir poemas o quizá a divulgar sus textos entre amigos. Su talento era innegable. Pronto desarrolló una vasta carrera literaria y se convirtió en una estrella con luz propia. Fue una figura preponderante del primer movimiento surrealista. Hasta su fallecimiento en 1980, frecuentamos, disfrutamos, esa fiesta irrepetible que fue su amistad, y hablo en plural ya que mi marido lo valoraba mucho y lo quería entrañablemente. Puerta de Arena, su magnífico primer libro, es un canto lírico ilimitado, donde la figura de su madre, que fue mi amiga, emerge de las aguas de un río doloroso, envuelta en banderas patéticas, digamos de infinita tristeza.
Del poeta Julio Llinás, muy poco conozco, pues durante la formación de nuestro 1er grupo surrealista, con los poetas que ya mencioné, (años 43 al 50) no me lo crucé nunca ni tan siquiera escuché hablar de él. Posiblemente porque en ese lapso se encontraba viajando por Europa, o como me comenta Kico Salgado, colaboraba en la prestigiosa revista literaria Poesía Buenos Aires (dirigida por el poeta Raúl Gustavo Aguirre), no afín a nuestras experimentaciones literarias.
Recientemente me llegó su bello poemario Sombrero de perro.

RH- La presencia de la mujer fue siempre fundamental en los diferentes grupos surrealistas franceses y europeos, por eso resulta un poco decepcionante que Pellegrini no incluyera ninguna mujer en la conformación de su grupo. ¿Dónde estaban por esos años Alejandra Pizarnik, Olga Orozco, Carmen Bruna, Silvia Grenier (o Guiard); María Meleck Vivanco?.

MMV - Ya mencioné el concepto “tiernamente machista” de los integrantes del 1er grupo en la década del 40.
Conocí a Alejandra Pizarnik muy jovencita, corrían los años 50 y pico y fue en casa de los Girondo. Estaba acompañada por el escritor Juan Jacobo Bajarlía. Era su alumna y su enamorada. Luego nos vimos varias veces en casa de Olga Orozco antes de su viaje a Francia. Tenía una cara interesante picada por un acné que la hacía más aniñada y más encantadora. Era tímida, reservada y hablaba poco. En su rostro, sus grandes ojos color de miel ejercían tal predominio, que los demás rasgos pasaban desapercibidos. Pienso que ni ella ni Olga se consideraban surrealistas. No obstante, sus nombres aparecieron en antologías del género. A Carmen Bruna, mi talentosa amiga poeta, y a Silvia Grenier, las he conocido recién hace pocos años. Ellas formaban parte de la revista Signo Ascendente.
Yo pasé de la bohemia libertaria a la dinámica de crear un hogar sui géneris (1950) y por contrapartida, al tráfago de los estudios universitarios tomados con extrema exigencia y pasión que me distanciaron de la bohemia y de algunos artistas de la cultura que me hubiera fascinado conocer.
El cientificismo me ganó durante 14 largos años, tiempo de claustro, donde se colaban algunos versos trasnochados que acababan perdidos inexorablemente.
No obstante, confieso que fue un tiempo único de tranquila felicidad compartida en familia, como el cangrejo de mi signo lo tenía previsto.

RH- Eres quizás, la última poeta argentina surrealista (así te considera Víctor Redondo, director del SEA (Sociedad de Escritores Argentinos) en la medida que practicas una escritura automática sumamente espontánea y libre de trabas intelectuales... porque si bien es cierto que Silvia Guiard - la única poeta argentina que participa activamente en el actual movimiento surrealista mundial- también lo hace, ella me parece más ortodoxa y autoconciente, más decidida a ser “deliberadamente” surrealista. A ti eso no parece importarte y escribes sólo lo que te dicta tu sensibilidad o tu corazón, sin apenas corregir. “No puedo hacer de un ombú un bonsái” me dices admirablemente en una de tus cartas. ¿Quieres hablarnos a este propósito de tu poesía?

MMV - Es difícil para mi vivisecar mi poesía. Observarla en sus detalles como un insecto bajo la lupa. Regodearme o enemistarme con ella. Confundir pulsión azarosa con sabiduría o belleza. Ya que nada conozco de análisis literarios ortodoxos, y pienso que lo mío se trata de un disfrute traído al papel quizá por el oscuro inconsciente o por los sueños. También por el romanticismo de las imágenes que me nutren delirándome, y que han delatado siempre mi corazón.
Entre tantos abstractos y recovecos del misterio, creo que conservo aún la inocencia del agua o de la sangre.
Cuando el silencio del monte, se abría como una rosa de humo para los pasajeros del cielo, mis versos de niña creaban pesadillas habitadas por ángeles. Mi voz era plegaria y osadía en la luz. Curiosidad voluptuosa hacia la desbordada naturaleza del valle.

La continuidad del canto, se la debo a Dios y a los destrozos de la vida. Y también al veneno de un brebaje dulce que no mataba mis pájaros, sino que encendía el borde de sus alas.

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