CINCO
TESIS SOBRE POESÍA
Primera tesis: LA POESÍA NO EXISTE
El
día de Todos los Santos del año del Señor de 1517, Martín Lutero clavó en la
puerta de la iglesia del castillo de Wittemberg sus célebres noventa y cinco
tesis sobre las Indulgencias. Entiendo que noventa y cinco tesis sobre poesía
serían excesiva falta de consideración hacia el prójimo, pero estas cinco que
me atrevo a formular, de alguna manera evocan, en su título, aquel
acontecimiento que produjo, luego, tan trascendentales transformaciones en la
historia del mundo.
En
esta evocación termina, por otra parte, el paralelo. Obvio es agregar que mis
tesis no pretenden producir ni de lejos semejantes consecuencias. De sobra
quedará cumplido su propósito si consiguen llamar la atención hacia el examen
de algunos supuestos corrientes acerca de la poesía y los poetas. Parten de la
sospecha de que, si se exageran un poco las dudas sobre estos supuestos, tal
vez sea posible adquirir una mayor claridad con respecto a ciertas importantes
implicaciones que la poesía quizá puede tener para nuestras existencias.
Paradójicamente,
como es factible observar, estoy hablando de la poesía y no obstante mi primera
tesis dice así, sencilla y rotundamente: LA POESÍA NO EXISTE. Esto puede
entenderse en varios sentidos, pero desearía evitar un juego de sutilezas e ir
directamente a lo que en este momento me interesa esclarecer.
La
poesía no existe en cuanto algo concreto que pueda ser, definido fuera de la
literatura. Por ejemplo, yo puedo decir que la poesía existe como género
literario, tradicionalmente opuesto a la prosa y también tradicionalmente
subdividido por la retórica en varias clases: épica, lírica, dramática... Se
puede hablar de poesía y de poetas en este sentido literario, o a partir de
este sentido. Es decir, incluso podemos negar la poesía en cuanto literatura y
expresar, como los dadaístas, por ejemplo, que la poesía no es literatura sino
una manera de vivir. Pero para proceder así tengo que partir de la poesía como
literatura y luego negarla; de lo contrario, no sería comprensible esta
concepción de la poesía no como literatura sino como una manera de vivir.
Por
lo tanto, aquí digo que no se trata de escribir o sólo de escribir, sino más
bien de algo que tiene menos que ver con la escritura que con la vida. Y el
dadaísta puro, en rigor, tendría que negarse a escribir una sola palabra. Este
fue -digamos de paso- el callejón sin salida en que se halló el dadaísmo, como
por otra parte, se halla todo nihilismo: no creo en nada, pero debo creer en lo
que creo, o sea, debo creer que no creo en nada. Los dadaístas negaron la
literatura sin dejar de ser literatos, sin dejar de escribir. Pero nos dieron,
sin embargo, una importante indicación. Nos inspiraron una fértil sospecha.
Señalaron hacia algo que tiene, como creo y trataré más adelante de demostrar,
muchísima importancia.
Pero
regresemos ahora, para concluir con esta primera tesis, al punto de partida: LA
POESIA NO EXISTE. Esta proposición quiere decir, en suma, que la poesía -fuera
de su formal definición como género literario- no tiene existencia real y
concreta, no es un ente, una entidad, algo que pueda ser aislado y buscado más
allá de la palabra. Por esta razón ha sido siempre tan difícil a los propios
poetas explicar qué es la poesía. Esto nos conduce a la
Segunda
tesis: NO EXISTEN LOS POETAS
Si
la poesía no existe, tampoco existen los poetas. Quiero decir: si la poesía
existe sólo como literatura, en la palabra, en la literatura oral o escrita,
solamente existen “hacedores de poemas”. Pero un poema es, o bien cualquier
composición que responda a las reglas de cierta retórica más o menos aceptada
en un medio dado, o por el contrario, es un acontecimiento existencial
realmente importante en la vida de aquel que, en cierto momento favorable,
entra en “relación” con él (y aquí la palabra poema tiene un amplio sentido:
puede ser, por ejemplo, una canción o una página manuscrita o impresa).
En
el primer caso, en el de una composición que responda a ciertas reglas o leyes
retóricas prefijadas, es evidente que cualquier persona diestra en el manejo de
estas reglas puede, en cuanto se lo proponga o se lo encomienden componer un
poema. Podría, de esta manera, presentarse en un concurso celebratorio del
Descubrimiento de América, o del Centenario de un determinado hecho histórico,
o donde se premie el mejor Canto a las Virtudes Cívicas, o lo que fuere. El
mecanismo de este proceso es muy simple: un “tema” que servirá de contenido a
la composición, y una “forma”, lo más bella posible dentro de los enunciados de
una retórica (o a lo sumo, de una estética) preexistente. Y ya tenemos el
alfajor fabricado, perdón, compuesto. Sin duda, su autor es un poeta, así como
el señor que nos hace fotografías urgentes, tamaño 4 x 4, es un fotógrafo. Y en
este sentido, mi tesis -repito- es NO EXISTEN LOS POETAS.
Pero
ya me estoy aventurando demasiado en mis negaciones y, para no pecar de ser en
exceso pesimista, voy a necesitar de alguna afirmación. Que la haré en mi
Tercera
tesis: EXISTEN LOS POEMAS
EXISTEN
LOS POEMAS: sin duda, sin duda, sin ninguna duda. Esta afirmación, está claro,
no tiene contenido polémico. Muy bien, porque no se trata de ser polémico
porque sí y a troche y moche. No obstante, quiero aclarar que no me refiero
aquí al poema tal como lo describí hace un momento, como una especie de artefacto
fabricado conscientemente y ex profeso según ciertas reglas destinadas a
producir determinada emoción. Debo confesar que, aunque parezca fácil afirmar
que tal manera de “hacer“ un poema es falsa, literariamente “artificiosa”, una
especie de engaño, en suma, hay grandes creadores de poemas que han afirmado lo
contrario. Entre ellos, Vladimiro Maiakovsky que, como es sabido, no diferencia
un poema de cualquier otro producto industrial; o César Vallejo, quien nos
dice, justamente, que un poema es un artefacto destinado a producir emoción. Y
también el galés Dylan Thomas, que no sólo habla de “oficio” en uno de sus
poemas, sino que en sus cartas y ensayos expone una completa teoría de la
“fabricación” del poema.
¿Entonces?
Antes de continuar, quisiera intentar una explicación a esta aparente
disidencia de estos grandes creadores. Hay, sin duda, en todo trabajo de
creación, una parte de habilidad adquirida y de esfuerzo consciente. Pero esta
habilidad y este esfuerzo, cuando se produce un auténtico acto de creación,
están al servicio de la concreción, en palabras, de algo que los trasciende.
Por diversas razones, se confunde este trabajo con la verdadera creación o se
lo valoriza más que ella. Es el caso de Maiakovsky, porque me parece quería
justificarse del frecuente complejo que asalta al escritor ante los que
"hacen": pareciera que un obrero metalúrgico, de cuyas manos sale una
gigantesca rueda de locomotora, estuviese creando una realidad de más
"peso" (en todo sentido) que el hombre que se limita a hablar, a
escribir. Este complejo ha dado lugar a tremendas distorsiones, pero por el
momento no puedo ocuparme de él aquí, más que para decir que, en ese especial
momento de la historia de su país, Maiakovsky no quería “sentirse menos” que
los obreros y experimentó la necesidad de justificar su trabajo escribiendo
perogrullesca pero dramáticamente que, aunque un poeta no echa humo por las
chimeneas como una fábrica, también "produce". En cuanto a César
Vallejo y a Dylan Thomas, creo que no eran conscientes - a fuer de modestos -
de que su capacidad de creación excedía en mucho lo que ellos consideraban
humilde y simplemente un trabajo de composición. Aquí viene a cuento recordar
lo que Henry James recomendaba a los aprendices de narradores. Les decía, más o
menos, lo siguiente: “No se preocupe por la forma de lo que va a relatar ni por
los procedimientos narrativos. Si bien estos son importantes, lo que debe
importarle más que nada es tener una rica experiencia vital. Porque, en suma,
la importancia de un escritor reside en la calidad y riqueza de sus
experiencias vitales". Yo creo que el gran novelista de "La Bestia en
la Jungla” tenía mucha razón. La calidad y riqueza de la experiencia vital de
los hombres que he citado excedia largamente su capacidad de trabajo, su
“oficio", aunque -sin duda- lo tenían en grado sumo, y este oficio,
entonces sí, les era útil, porque facilitaba la comunicación de sus
experiencias, la concreción en palabras de ese fenómeno vital que denominamos
poema.
En
suma, EXISTEN LOS POEMAS, pero entendiendo por tales esas misteriosas
constelaciones de palabras (que llegan a nosotros, por ejemplo, en una canción,
o en lo que nos habla de otra persona, o en una página impresa) y que producen
en nosotros reacciones emocionales,“revelaciones” o deslumbramientos, o como
quiera que denominemos esa sensación de haber sido “tocados” por algo que tiene
mucho de indecible y que mal podríamos explicar en otras palabras.
Estos
son, sí, POEMAS, y su carácter esencial, como vemos, es TENER QUE VER CON
NUESTRA VIDA, tener alguna significación para nosotros, aunque, a veces o
nunca, sepamos a ciencia cierta en qué consiste claramente esa significación.
¿De
dónde vienen estos poemas? Aquí entramos en la
Cuarta
(y penúltima) tesis: LOS POEMAS PROCEDEN DE UNA POÉTICA
Esta
será la más abstracta, filosófica y, por lo tanto la más discutible de mis
tesis. Ruego, por ello, se la tome como un ensayo de aproximación a un problema
sumamente complicado.
Si
el creador de un poema no es un poeta en el sentido tradicional de una especie
de siempre disponible “hacedor de poemas”, como eran, por ejemplo, los poetas
de Corte que celebraban los triunfos de los Emperadores en la Antigüedad; si el
creador de un poema no es un poeta, por lo tanto, sino un ser a quien a veces
(y hasta puede ser, una sola vez en su vida), a quien a veces “le ocurre” crear
un poema, ¿de dónde viene, entonces este poema?
No
viene de una estética o una retórica predeterminadas que nos han de decir
cuáles son las condiciones que debe reunir para ser un poema. Viene de un campo
mucho más vasto y misterioso, como lo es el de la experiencia humana en su
totalidad, tanto la experiencia propia como la del contorno inmediato y
mediato, presente y no presente, consciente e inconsciente, voluntaria e
involuntaria, en la soledad y en la relación, etc., etc. Viene del Universo, de
la vida y del hombre y, para mejor, viene implícito en el más misterioso y, tal
vez, más poderoso de sus poderes: el lenguaje, la palabra. Esa palabra que
surge y que concreta, que expresa y que trasmite, pero sobre todo, palabra que
ocurre, que nos ocurre, que nos coloca en determinada situación. Desde que se
comprendió bien a Wittgenstein, se hizo claro que hay un lenguaje “no fáctico”,
un lenguaje que, aun careciendo de sentido “lógico", inteligible, unívoco,
es, sin embargo, significativo o “significante”, como dicen hoy los
estructuralistas. Pero, aparte esto, me parece muy importante la afirmación de
Lacan, cuando dice que, más que significar, un poema implica al lector en una
situación. Ya Wittgenstein había destacado este carácter ritual del lenguaje,
la importancia de los contextos de situación. (Es clásico el ejemplo: “Yo te
bautizo en nombre del Padre, del Hijo, etc." es una fórmula que, para
Wittgenstein, sólo tiene pleno sentido o significado en una determinada
situación.)
Pero
a lo que queremos llegar es a esto: todas estas reflexiones nos llevan a la
conclusión siguiente: un poema es un hecho en la existencia de una persona. Es
decir: antes que la noción idealista e inexistente de un producto literario que
una mirada pura y distante puede consumir sin ser por ello alterada, un poema
es algo que “ocurre” en nuestras vidas (tanto si lo creamos nosotros, en el
momento de concretarlo en palabras, como si lo creamos también nosotros, al
recibirlo en una constelación de palabras a la que damos, o de la que surge, un
sentido o significado que “fulgura" o “nos toca”.) Insisto, porque esto me
parece muy importante: un poema es algo que “nos” ocurre, es un hecho, un
acontecimiento en nuestras vidas, en el que participamos y en el que ellos
participan y, por lo tanto, es capaz de alterarlas. Y bien, sabemos hasta qué
punto un poema puede ser una revelación que, de alguna manera, influirá en el
curso de nuestra existencia. En suma: un poema pertenece al mundo de los
hechos; es algo fáctico, y si tiene que ver con el curso de nuestras vidas,
entonces entra en el campo del “hacer”, en el campo de algo que, en filosofía,
se denomina "ética".
Y
aquí llegamos a nuestra última y
Quinta
tesis: LA POÉTICA ES UNA ÉTICA
No
existen ni la poesía (primera tesis) ni los poetas (segunda tesis) porque -tal
vez ahora podamos comprenderlo mejor- el campo de los poemas verdaderos, como
constelaciones significantes de palabras que operan sobre el curso de nuestras
vidas, no es el de la literatura como institución neutral y neutralizadora,
sino el de la vida concreta e inmediata. Un poema tiene mucho más que ver con
el “¿qué debo hacer?” kantiano que con el placer estético concebido como
actividad pura, sin compromiso con la existencia ni con el tiempo histórico
real y concreto.
Un
poema es un acto, como querían los dadaístas, pero no un acto contra la
literatura, es decir, un acto sin palabras, una imposible negación de la
palabra, sino un acto que justamente consiste en palabras. Yo quisiera concluir
aquí estas tesis, que son en todo caso provisional materia de reflexión, y
dejar librado a cada uno el meditar sobre las sugestiones que de ellas pueden
desprenderse.
Pero
hay algo, sin embargo, que me parece necesario destacar para dar término a
estas aproximaciones. Y es que, si todo poema verdadero es un “hecho” que
influye sobre la vida (y no sobre “la vida" como vaga generalidad, sino
sobre la vida real de cada uno); si todo poema lleva implícito un hacer, si es
-como escribe maravillosamente René Char- “el amor realizado por el deseo que
ha seguido siendo deseo”; si corresponde por lo tanto a una ética, pero a una
ética cuyas reglas se hallan en continua formación y que, por ende, no puede
ser formulada ni impuesta de antemano; si todo poema es, entonces, el más cabal
y dialéctico “ajuste” del ser humano con su situación histórica (y ello explica
de paso la necesidad constante de nuevos poemas), pero a la vez este ajuste no
se puede producir en el esquema falso y perimido de un contenido y una forma,
de un “tema" y una “expresión”, entonces el poema que toma como motivo un
hecho para explayarse sobre él, el poema que pretende enseñar algo, celebrar
algo, censurar algo, está condenado por principio a la inteligibilidad unívoca
del discurso fáctico, es decir, a la prosa. Expresado de otro modo: no se puede
describir un hecho en un poema, porque el poema es, en sí un hecho. En un
verdadero poema, el hecho es, para parafrasear a Jung, “la sombra” del poema.
Me
parece, hoy más que nunca, necesario llamar la atención sobre esto, porque en
la actualidad es muy corriente la apelación al compromiso del poeta,
entendiendo por este compromiso la producción de llamados poemas que sólo son
desarrollos -bajo una retórica de signo poético- de temas de índole histórica o
social.
Esto
no quiere decir, ni mucho menos, que el poema se desentienda de lo que llamamos
“la realidad”. Si me he expresado bien, se podrá comprender entonces que el
poema es, ante todo, la realidad por excelencia que viene a suscitar, en lo más
profundo y auténtico de nosotros, un imperativo movimiento vital.
El
poema no habla de la realidad: la hace. Y, con ella, nos hace a nosotros, que a
nuestra vez, también la hacemos.
Cuando
los falsos resplandores del prestigio y del privilegio de que aún disfrutan en
ciertos medios la poesía y los poetas, se disipen, para dejar paso a la
sencilla verdad del poema que siempre (“autores” o “lectores”), somos nosotros
quienes creamos; cuando la inocua institución que la literatura hizo de la
poesía para destruir sus extraordinarios poderes de liberación; cuando la
figura histriónica que la sociedad enajenada hizo del poeta, se borre, para
dejar paso a la sencilla verdad del poema que nos ayuda a vivir, que nos sirve
para vivir, entonces habrá tal vez menos poetas en los diccionarios de biografías,
pero habrá, también -y al mismo tiempo- más belleza y amor, más verdad y
comunicación entre los seres humanos. Porque son ellos, los seres humanos, y no
los papeles, los que en definitiva importan.
Buenos Aires, 1975.
(fuente:
La Mojarra Desnuda)
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ResponderEliminar¡Qué mucha m.................!
ResponderEliminarAguirre y la territorialización de la escritura poética desde esa humanidad despojada de todo canon, de toda funcionalidad y ego. Carne viva y unción al mismo tiempo: lo vital, el acto.
ResponderEliminargigante reflexion
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