Anábasis
- Canto IV
Así va el mundo y de ello sólo alabanza
tengo. Fundación de la ciudad. Piedra y bronce. Fogatas de zarzas en la aurora
pusieron al desnudo estas grandes
piedras verdes y aceitosas como fondos de
templos, de
letrinas,
y el navegante alcanzado en el mar por
nuestros humos
vio
que la tierra, hasta la cima, había cambiado de imagen
(vastas
artigas vistas desde alta mar y esos trabajos de captación de aguas vivas en la
montaña).
Así la ciudad fue fundada y colocada en la
mañana bajo las labiales de un nombre puro. ¡Los campamentos se levantan en las
colinas! Y nosotros que estamos sobre las galerías de madera,
cabeza desnuda y pies desnudos en la
frescura del mundo,
¿de qué, pues, nos reímos?, pero ¿de qué
tenemos que reírnos, desde nuestra tribuna, ante un desembarque de mozas y de
mulos?
¿y qué hay que decir, después del alba, de
todo ese pueblo bajo las velas? ¡Arribos de harinas...! Y los bajeles más altos
que Ilión bajo el pavorreal blanco del cielo, habiendo franqueado la barra, se
detenían
en ese punto muerto en el que flota un asno
muerto. (Se trata de arbitrar a este pálido río, sin destino, de un color de
langostas aplastadas en su savia.)
¡En el tumulto fresco de la otra orilla, los
herreros son amos de sus fuegos! Los chasquidos del foete descargan en las
calles nuevas carretadas de infortunios latentes.
¡Oh
mulas, nuestras tinieblas bajo el sable de cobre! Cuatro cabezas reacias al
nudo del puño forman un vivo corimbo sobre el azur. Los fundadores de asilos se
detienen bajo un árbol y les acuden las
ideas para la elección de los terrenos. Me enseñan el sentido y la destinación
de los edificios: fachada de honor, fachada muda; las galerías de laterita, los
vestíbulos de piedra negra y las piscinas de sombra clara para las bibliotecas;
construcciones fresquísimas para los productos farmacéuticos. Y luego se
acercan los banqueros que silban en sus llaves. Y ya por las calles un hombre
cantaba solo, de aquellos que tiznan sobre su frente la cifra de su Dios.
(¡Crepitar de insectos para siempre en el barrio de las basuras...!) Y no es
éste el lugar para contaros nuestras alianzas con las gentes de la otra orilla;
el agua ofrecida en odres, las prestaciones de caballerías para los trabajos
portuarios y los príncipes pagados en monedas de peces. (Una niña triste como
la muerte -hermana mayor de una gran belleza- nos ofrecía una codorniz en una zapatilla
de satén rosa.)
...¡Soledad!, ¡el huevo azul que pone un
gran pájaro marino, y las bayas en la mañana todas grávidas de limones de oro!
¡Fue ayer! ¡El pájaro ha volado!
Mañana las fiestas, los clamores, las
avenidas bordeadas de plantas leguminosas y los servicios de limpieza
acarreando a la aurora grandes trozos de palmas muertas, restos de alas
gigantes... Mañana las fiestas,
las elecciones de magistrados del puerto,
las vocalizaciones en los suburbios y, bajo las tibias incubaciones de
tormenta,
la ciudad amarilla, encasquetada de sombra,
con los pantalones de sus muchachas en las ventanas.
...A la tercera lunación, los que velaban en
las crestas de las colinas arriaron sus tiendas. Se hizo arder un cuerpo de
mujer en las arenas. Y un hombre avanzó hasta la entrada del Desierto
-profesión de su padre: vendedor de frascos.
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