LA
POESÍA ES SIEMPRE EN CIERTO SENTIDO
UN
CONTRARIO DE LA POESÍA
Creo
que la miseria de la poesía queda reflejada fielmente en la imagen que da
Sartre de Baudelaire. La poesía lleva inherente la obligación de hacer una cosa
fijada por una insatisfacción. La poesía, en un primer impulso, destruye los
objetos que aprehende, los restituye, mediante esa destrucción, a la inasible
fluidez de la existencia del poeta, y a ese precio espera encontrar la
identidad del mundo y del hombre. Pero al mismo tiempo que realiza un desasimiento, intenta asir (captar) ese
desasimiento. Y lo único que le es dado hacer es sustituir el desasimiento a
las cosas asidas (captadas) de la vida reducida: no puede evitar que el
desasimiento pase a ocupar el lugar de las cosas. En este plano experimentamos
una dificultad similar a la del niño, libre a condición de negar al adulto,
pero que no puede lograrlo sin convertirse a su vez en adulto y sin perder en
consecuencia su libertad. Pero Baudelaire, que jamás asumió las prerrogativas
de los maestros, y cuya libertad garantizó su insaciabilidad hasta el final, no
por eso tuvo que dejar de luchar con esos seres a los que se había negado a
reemplazar. Es cierto que se buscó a sí mismo, que no se perdió, que no se
olvidó jamás y se contempló contemplar; la recuperación del ser fue
indudablemente, como vio Sartre con lucidez, el objeto de su genio, de su
tensión y de su impotencia poética. Hay indudablemente en el origen del destino
del poeta una certeza de unicidad, de elección, sin la cual la empresa de
reducir el inundo a sí mismo o de perderse en el mundo, no tendría el sentido
que tiene. Sartre ve en ella la tara de Baudelaire, resultado del aislamiento
en que le dejó el segundo matrimonio de su madre. Es ese "sentimiento de soledad,
desde mi infancia", "de destino eternamente solitario" del que
ha hablado el mismo poeta. Pero Baudelaire ha dado esa misma visión de sí en el
enfrentamiento con los demás, al decir: "Siendo muy niño, experimenté en
mi corazón dos sentimientos contradictorios, el horror a la vida y el éxtasis
ante la vida." Nunca se insistirá bastante en la certeza de irreemplazable
unicidad que se halla en el origen no sólo de la genialidad poética (que Blake consideraba
el punto común, el punto por el cual son semejantes todos los hombres) sino en
el origen de cada religión (de cada iglesia) y de cada patria. Es muy cierto
que la poesía responde siempre al deseo de recuperar, de fijar en forma
sensible desde fuera, la existencia única, hasta ese momento informe y que sino
no sería sensible más que desde el interior de un individuo o de un grupo. Pero
es dudoso que nuestra conciencia de existir no lleve necesariamente aparejado
ese valor engañoso de unidad: el individuo lo experimenta tanto en su
pertenencia a la ciudad, a la familia o incluso a la pareja (como por ejemplo,
según Sartre, Baudelaire de niño, ligado en cuerpo y alma a su madre), como en
su experiencia personal. En particular, éste es el caso, en nuestros días, de
la vocación poética que conduce a una forma de creación verbal en la que el
poema es la recuperación del individuo. Se podría decir por tanto del poeta,
que es la parte que se toma por el todo, que es el individuo que se comporta
como una colectividad. Hasta el extremo de que los estados de insatisfacción,
los objetos que decepcionan, que revelan una ausencia, son en cierto modo las
únicas formas en que la tensión del individuo puede recuperar su falaz
unicidad. La ciudad puede, más o menos, lograrla en sus movimientos, pero lo
que la conciencia aislada debe hacer y puede hacer, tendrá que realizarlo
"sin poder". Por más que Sartre diga de Baudelaire: "su más
preciado anhelo es. Ser como la piedra, la estatua, en el reposo tranquilo de
la inmutabilidad", por más que nos muestre al poeta ávido por extraer de
las brumas del pasado alguna imagen petrificable, el hecho es que las imágenes
que Baudelaire ha dejado, participan de la vida abierta (infinita según
Sartre" en sentido baudelariano), es decir, insatisfecha. Por tanto es engañoso
decir que Baudelaire quería la imposible estatua que no podía ser, si no se
añade además que Baudelaire no quería tanto la estatua como lo imposible. Es
más razonable - y menos respectivo- "partir de ésto" para intentar entender
los resultados del sentimiento de unicidad (de la conciencia que tuvo
Baudelaire desde niño, de ser, él sólo - sin que nada pudiera aligerarle el
peso- el éxtasis y el horror de la vida; y todas las consecuencias: "esta
vida miserable..."). Pero Sartre tiene razón al afirmar que Baudelaire
quiso lo que nos parece inalcanzable. Lo quiso al menos como es fatal querer lo
imposible, es decir: en cuanto tal, con firmeza y, bajo su forma de quimera,
engañosamente. De ahí su vida sollozante de dandy ávido de trabajo, hundido amargamente
en una ociosidad inútil. Pero como - según el propio Sartre confiesa- estaba
equipado con una "tensión innegable", supo sacar de una posición
equívoca todo el partido posible: un movimiento perfecto de éxtasis y de horror
entremezclados confiere a su poesía una plenitud, mantenida sin debilidad, en
el límite de una sensibilidad libre, una atmósfera enrarecida, una esterilidad agotadoras,
que colocan a Sartre en una posición incómoda: la atmósfera de vicio, de
rechazo, de odio, responde a esta tensión de la voluntad que niega - lo mismo
que el atleta niega el peso de la haltera - la coacción del Bien. Es cierto que
el esfuerzo resulta vano, que los poemas en los que ese movimiento se petrifica
(los que reducen la existencia al ser) convierten al vicio, al odio y a la
libertad infinitos, en las formas dóciles, tranquilas e inmutables que
conocemos. También es verdad que la poesía que pervive es siempre lo contrario
de la poesía, ya que, siendo su fin lo perecedero, lo transmuta en eterno. Poco
importa que el juego del poeta, cuya esencia es unir con el sujeto el objeto
del poema, lo una con un poeta decepcionado, humillado por un fracaso, e
insatisfecho. De tal suerte que el objeto, el mundo, irreductible,
insubordinado, encarnado en las creaciones híbridas de la poesía, traicionado
por la poesía, no lo esté por la vida inviable del poeta. Sólo la larga agonía
del poeta revela acaso, al final, la autenticidad de la poesía, y Sartre, diga
lo que diga, ayuda a no dudar de que su fin, anterior a la gloria (que hubiera
sido la única que le habría podido cambiar en piedra), respondió a su voluntad:
Baudelaire quiso lo imposible hasta el límite.
(de
LA LITERATURA Y EL MAL)
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