jueves, 21 de mayo de 2015

GIANNI SICCARDI


POESÍA Y REALIDAD

Se puede escribir con el cuerpo. Se puede leer un poema con el cuerpo. Eso nos permite eludir la penosa obligación  de ser inteligentes. Podemos entonces entregarnos a uno de esos gozosos estados alterados en el que no es raro sentir un falso mareo, un ilusorio sudor en las manos, un leve temblor, quizás, o una suave e imaginaria aprensión en el pecho o en el estómago, una pérdida de la noción del paso del tiempo. Sí, detenemos el tiempo, dejan de suceder cosas. Somos un ser vivo, viviente. Podemos pensar directamente, sin que la mente arruine la fiesta.

 Hölderlin ha dicho que la poesía es un tomar posesión de la realidad. Pero, ¿de qué realidad habla? ¿Hablará de esa montaña informe de nuestros fugaces, cambiantes estados de ánimo? ¿De esos que podemos llamar "basura psicológica"? ¿De ese aire irrespirable de nuestras emociones negativas, las únicas que conocemos en nuestro estado o nivel habitual de conciencia? ¿De eso de lo que dan cuenta tantos poemas que se empeñan en pasar por poesía? ¿De eso que debería quedar reservado para consultorio del psicoanalista? No me parece. Creo que se refiere a una verdad inmutable. En nuestros estados comunes de conciencia somos capaces de abrirnos paso en el maremagnun, en esa verdadera avalancha que es la realidad y tocar su esencia inmutable.

 El arte no evoluciona, se ha dicho mil veces, y no tengo dudas de eso porque la esencia de la realidad no evoluciona. El diálogo con la realidad que un poeta, en uno de sus raros y gloriosos estados alterados de conciencia, mantuvo -por ejemplo- hoy en Buenos Aires, podría haberse producido hace cinco mil años en China o en África. Cátulo, el aristócrata, en su palacio de la Roma imperial de hace casi dos mil años, escribió algunos poemas que les hablan a más de un porteño del siglo XXI que los lee conmovido, ayudado por sus anteojos y por la luz de una lámpara eléctrica, junto a la computadora y el televisor apagados. Y este plebeyo puede instalarse en la realidad creada por el patricio romano si cuenta con la suerte de que no suene el teléfono en su modesta vivienda de este país del tercer mundo.

 La poesía es un tomar posesión de la realidad. La realidad del amante, la realidad del místico, la realidad del poeta. Cada uno de ellos se conoce, y se reconoce, en su experiencia. Cada uno de ellos es su realidad. Cada uno crea su realidad, pero también es creado por ella. El artista principiante suele esforzarse para que su arte esté a la altura de su vida. El artista maduro se esfuerza para que su vida esté a la altura de su arte. Cuando un poeta dice "soy mis poemas" -como han dicho muchos, con esas o con otras palabras- no está reclamando que se crea que sus poemas son él, no está defendiendo la autenticidad de sus poemas, está diciendo algo que sólo puede entender otro artista. Está diciendo que es en sus poemas así como el amante es en la experiencia amorosa y el místico en la experiencia mística. Y cada uno de ellos puede transmitir sólo a algunos su experiencia porque es una experiencia del ser. El que ha experimentado un verdadero amor siempre fracasará al querer transferir su realidad a alguien que no haya verdaderamente amado. Es fácil transmitir a todos lo que pensamos pero es imposible transmitir a todos lo que somos. El místico puede comprender lo incomprensible, el amante puede conocer lo que no puede ser conocido, el artista puede expresar lo inexpresable. Pueden lograr lo imposible por un acto de la más pura y formidable inocencia.

 Infinitas veces se han comparado la poesía y el amor. Y es verdad. En ambos se da la paradoja de que la libertad total sólo se alcanza por la entrega total.

 Sabemos que los amantes en un acto de la más pura inocencia detienen el tiempo, hacen cesar el pasado y el futuro, el día y la noche, el orgullo y la vergüenza, y nombrándose en silencio crean un mundo. El poeta también crea un mundo con sentido que se opone al patético sinsentido del mundo.

 A todo poeta le son dados algunos poemas que sólo él podría escribir. Ésa es su enorme responsabilidad: nadie podrá escribir aquellos poemas que por desidia o distracción él haya dejado de escribir. Cuando el poeta escribe es un náufrago, en el momento en que el náufrago ha dejado de luchar. El tiempo se detiene. El encanto de la vida se esfuma. Las opiniones se evaporan. Los estados de ánimo dejan de fluir. La imaginación deja de proyectar su film. El ser que escribe pierde su astucia, olvida su habilidad. Y no sabe cómo reaccionar, sólo que no hay nada a qué reaccionar. El hechizo latente de las palabras de pronto se ha despertado en él y entonces advierte los límites estrechos de su pobre conciencia habitual amarrada a la pequeña y fácil maquinaria del pensamiento lógico, y transpone esos límites.

 La poesía es un tomar posesión de la realidad. Cuando un poeta dice "soy mis poemas", otro poeta podría contestarle "no dijiste algo que no supiera, y es más, estoy seguro de que sos los poemas que has escrito y también los que no has escrito". Manuel Bandeira ha dicho: "Gasté una hora pensando un verso/ que la pluma no quiere escribir./ Sin embargo él está aquí adentro/ inquieto, vivo./ Él está aquí adentro/ y no quiere salir./ Pero la poesía de este momento/ inunda mi vida entera". El amante o el místico podrían decir lo mismo: la experiencia de este momento inunda mi vida entera. Preguntémosle a Rumi y nos contestará con su flauta de caña.


¿Qué es el poema sino un testimonio del estado de conciencia que le dio origen, un rico o un pobre testimonio? Escribimos poesía para entrar en nuestro ser. Para ser dignos de conocer sus secretos. No es sencillo despertar al hombre maravilloso que hay en cada uno de nosotros. Sin embargo, lo que podemos con toda propiedad llamar vida es lo que transcurre en los raros momentos en que está despierto ese hombre maravilloso que casi siempre está dormido dentro nuestro. El resto es imaginación, accidente.

 La poesía es un tomar posesión de la realidad. El poeta se entrega a un estado de conciencia que excluye el señorío. Él no domina, él no conoce, pero en ese estado puede percibir una realidad que no conocía. Y no hay ninguna continuidad asegurada. Ningún poeta puede estar seguro de que las palabras que ha escrito hoy no sean las últimas que le sea dado escribir. No hay astucia, no hay destreza, no hay inteligencia en este mundo que nos abra la puerta de la poesía. El poeta que nos habita jamás será un hombre de buen sentido. Para él es oscuro lo que es claro para todos. Él busca lo que todos ya han encontrado y desechado. Con su energía emocional despierta, quizás logre penetrar en el mundo real, en uno de los infinitos mundos reales. Para Raúl Gustavo Aguirre era oscuro lo que era claro para tantos. Por eso escribió: "Quizás la poesía sea/ -cuando ya todo/ lo que era poesía/ se malogró en el tráfico-/ quizás pudiera ser/ este andar silencioso/ en medio de la noche,/ este derrumbamiento/ del que sólo quedó/ algo invencible y nulo./ Quizás, entonces, sea/ este no a lo de siempre,/ este lápiz mordido, esta intranquilidad,/ este temblar por nada".

 La poesía nos llama constantemente. Pero sólo a veces estamos en condiciones de escuchar su llamado. Entremos confiadamente en la casa de la poesía, que es lo mismo que decir en la casa del ser.

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