CÓMO
COMENTAREMOS LA POESÍA
Si
queremos ver del persistente problema de comentario a la poesía, nos
preguntaremos; ¿qué es lo más pertinente a la labor de exégesis y conocimiento?
Aquella preocupación, imperdonable por pedante, que establece definiciones y
procura, dentro de clasificaciones casi siempre arbitrarias y generalidades por
demás enrarecidas, encerrar el hecho concreto, rico, vario, cambiante, de una
presencia poética verdadera. O la contraria, que no da otra cosa que la muy
particular impresión subjetiva, la cual al depender del temperamento de cada
uno, incidirá obligatoriamente en la eclosión de un nuevo poema en respuesta a
la poesía provocadora. En divergencia con ambas, podríamos aceptar otra
actitud, con la cual disculparíamos la actividad de rastreo y seguimiento del
acto ajeno de creación.
La
obra poética erige su presencia enigmática y tangible; el afán de conocimiento
no se contentará con el abandono al contagio de la emocionada huella de vida,
sino que además se enfrentará al gran compás de problemas turbadores que su
existencia proclama: tratará de establecer las etapas oscurecidas que tras de
sí dejó el creador, las motivaciones que con sutiles pero indestructibles
vínculos unen nuestra sensibilidad admirada a la obra sobrecargada de
significaciones profundas; de construir un andamiaje de relaciones desde
nuestras pasadas experiencias a la recién adquirida. En la enmarañada
confluencia de provocaciones que forman el creador, su obra y el mundo
circundante, el comentarista señalará las características que confieren
importancia según la determinada obra. Así se verá de revelar, si es posible,
el trasfondo más oculto de la poesía que cual núcleo de vida en su origen
borbotea.
Pero
aclaremos: todo el andamiaje, toda esa labor que en lo esencial es fijar las
coordenadas de acuerdo con las cuales admitimos el valor que para nosotros
posee una obra de poesía, no es sino trabajo derivado y al margen del goce
poético mismo. La relación entre nosotros y la poesía para que ésta llene su
función de tal no es sino la más directa, la más sin intermediarios y sin
explicaciones. La poesía no se revela en las consideraciones y en las
elucubraciones que el intelecto alrededor de ella pueda tejer, sino en la
emoción poética que a su contacto estalla irresistible e imprevisible. El acto
de creación y el acto de degustación poética coinciden así en el carácter de
revelación, de súbito establecimiento de simpatías, de superación de la
actualidad, de apertura de un más amplio margen a nuestras posibilidades de
emoción, la realidad se atiene al cambio, y el deseo del hombre que señala el
camino.
Mas
las alturas son puntos aislados de privilegio y singularidad. No es pues
paradójica si reconocemos que aunque la poesía cuando nos coge es como cuando
de pronto un rostro nos deslumbra y da sentido nuevo a nuestra vida, sin
embargo, las preparaciones que alrededor de una poesía pueden adelantarse, los
distintos puntos de vista que sobre ella han recaído, las relaciones que entre
sus diversas manifestaciones pueden designarse, y entre ellas y las actividades
otras y distintas de nuestra vida, todo ello por seguro no empaña sino la lava
y prepara y dispone a mejor visión y a más claro reconocimiento.
(Diario
La Prensa, Lima, 5 de enero 1947)
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