miércoles, 25 de mayo de 2016

EMILIO ADOLFO WESTPHALEN



CÓMO COMENTAREMOS LA POESÍA

Si queremos ver del persistente problema de comentario a la poesía, nos preguntaremos; ¿qué es lo más pertinente a la labor de exégesis y conocimiento? Aquella preocupación, imperdonable por pedante, que establece definiciones y procura, dentro de clasificaciones casi siempre arbitrarias y generalidades por demás enrarecidas, encerrar el hecho concreto, rico, vario, cambiante, de una presencia poética verdadera. O la contraria, que no da otra cosa que la muy particular impresión subjetiva, la cual al depender del temperamento de cada uno, incidirá obligatoriamente en la eclosión de un nuevo poema en respuesta a la poesía provocadora. En divergencia con ambas, podríamos aceptar otra actitud, con la cual disculparíamos la actividad de rastreo y seguimiento del acto ajeno de creación.

La obra poética erige su presencia enigmática y tangible; el afán de conocimiento no se contentará con el abandono al contagio de la emocionada huella de vida, sino que además se enfrentará al gran compás de problemas turbadores que su existencia proclama: tratará de establecer las etapas oscurecidas que tras de sí dejó el creador, las motivaciones que con sutiles pero indestructibles vínculos unen nuestra sensibilidad admirada a la obra sobrecargada de significaciones profundas; de construir un andamiaje de relaciones desde nuestras pasadas experiencias a la recién adquirida. En la enmarañada confluencia de provocaciones que forman el creador, su obra y el mundo circundante, el comentarista señalará las características que confieren importancia según la determinada obra. Así se verá de revelar, si es posible, el trasfondo más oculto de la poesía que cual núcleo de vida en su origen borbotea.

Pero aclaremos: todo el andamiaje, toda esa labor que en lo esencial es fijar las coordenadas de acuerdo con las cuales admitimos el valor que para nosotros posee una obra de poesía, no es sino trabajo derivado y al margen del goce poético mismo. La relación entre nosotros y la poesía para que ésta llene su función de tal no es sino la más directa, la más sin intermediarios y sin explicaciones. La poesía no se revela en las consideraciones y en las elucubraciones que el intelecto alrededor de ella pueda tejer, sino en la emoción poética que a su contacto estalla irresistible e imprevisible. El acto de creación y el acto de degustación poética coinciden así en el carácter de revelación, de súbito establecimiento de simpatías, de superación de la actualidad, de apertura de un más amplio margen a nuestras posibilidades de emoción, la realidad se atiene al cambio, y el deseo del hombre que señala el camino.

Mas las alturas son puntos aislados de privilegio y singularidad. No es pues paradójica si reconocemos que aunque la poesía cuando nos coge es como cuando de pronto un rostro nos deslumbra y da sentido nuevo a nuestra vida, sin embargo, las preparaciones que alrededor de una poesía pueden adelantarse, los distintos puntos de vista que sobre ella han recaído, las relaciones que entre sus diversas manifestaciones pueden designarse, y entre ellas y las actividades otras y distintas de nuestra vida, todo ello por seguro no empaña sino la lava y prepara y dispone a mejor visión y a más claro reconocimiento.


(Diario La Prensa, Lima, 5 de enero 1947)  



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