LA
LENGUA FASCISTA
(…)
para Barthes la lengua es fascista, en cuanto, como el fascismo, se define, no
por lo que impide decir, sin por lo que obliga a decir. Y esto es así porque
toda lengua está constituida por signos, y éstos existen en la medida en que
son reconocidos, es decir, en la medida en que son repetidos, de ahí que el
signo resulte seguidista, gregario; en cada signo duerme un monstruo: el
estereotipo. Por lo tanto, cuando utilizo una lengua soy al mismo tiempo amo y
esclavo: por un lado parezco afirmar, decir lo mío, aportar algo propio, seguir
el camino que he elegido, pero sólo doy en el blanco cuando obedezco,
repitiendo como mío lo que me es impuesto y que impongo a mi vez a los demás.
En la lengua, pues, servidumbre y poder se confunden inevitablemente. Si se
llama libertad, no sólo a la capacidad de sustraerse al poder, sino también, y
sobre todo, a la capacidad de no someterse a nadie, entonces no puede haber
libertad más que fuera del lenguaje. Pero ocurre que el lenguaje no tiene
exterior. Es un cuarto cerrado. Por consiguiente, habrá que buscar esa libertad
– la salida – dentro de ese universo cerrado que es la lengua. ¿Cómo?
Haciéndole trampas a la lengua, transgrediéndola, forjando un discurso de
des-poder, forjando, en fin, el texto: en primer lugar, el texto poético, que
constituye de hecho el testimonio, la prueba de una forma de vida distinta,
opuesta, a la forma de vida implícita en la lengua “oficial”, esclerosada y
amenazada de muerte por sus propias tendencias fascistas. Allí está, en ese
texto, no sólo el esplendor de una revolución permanente del lenguaje, sino
también, en mi opinión, una de las más importantes posibilidades de
retroalimentar a la lengua, evitando que ese fascismo que la domina y
caracteriza determine primero su parálisis y por último, su extinción. Es, en
consecuencia, y tal como se infiere de lo dicho, en el interior de la lengua
donde ésta debe ser combatida, y ha de ser el autor, el poeta, quien se
encargue de librar el combate, que consiste, en definitiva, en una operación de
desplazamiento en el ámbito de la lengua.
Genial la reflexión de Bayley:sólo transgrediendo el mandato de la lengua se puede empezar a hablar de poesía. Gracias, Toscadaray, atenta a to blog: me gusta.
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